EL CONDE ONELLI Y SAN ISIDRO
 
“El conde Onelli era macizo y sanguíneo; hablaba una mezcla de español e italiano”
Manuel Mujica Láinez


El 10 de enero de 1916, año del centenario de la Independencia argentina, Clemente Onelli pronuncia una pintoresca conferencia sobre “Las glorias de San Isidro” en el Pabellón Colombo, a beneficio del Club Náutico San Isidro .

Había sido invitado por la comisión directiva del club, integrada por Benjamín F. Nazar, Avelino Rolón, Horacio Montes de Oca, Adrián Beccar Varela, Anselmo Sáenz Valiente, Raúl Martino, Fernando Tiscornia, Andrés Rolón, Juan José Barreiro, José María Pirán, Alfredo Boggio y Juan N. Marín.

“Las glorias de San Isidro” fue tema ameno, salpicado de humorismo de buena ley y de viejos recuerdos, tan caros a la tradición porteña.

Onelli llegó a Buenos Aires a comienzos de 1889, con una buena educación clásica, gustos refinados, y un trienio de aventuras galantes detrás de artistas. Sin embargo, el joven Clemente no advino a la bohemia y al diletantismo de los cenáculos.

Escritor naturalista, periodista, profesor, conferencista, antropólogo, zoólogo, folklorista, explorador, buscador de oro, cazador, productor y director de cine, coleccionista, benefactor y funcionario, Onelli era una figura llena de atracción e interés, no ya desde el punto de vista de su ciencia, sino de su vida, que presentaba un grupo de facetas siempre brillantes y ricas en talento original. Realizó una obra netamente nacionalista.

Era además, un maravilloso causeur, de fino humor. “Imposible oírle sin encanto y sin la sonrisa continuamente en los labios, mientras él relataba, hilando reflexiones humorísticas que eran siempre, al mismo tiempo, filosóficas o desarrollaba sus puntos de vista sobre problemas políticos y sociales cuya sensatez troncal apareció, sin embargo, envuelta en una magnífica hojarasca de paradojas accesorias”, ha expresado La Nación. El presidente Marcelo T. de Alvear lo calificó como “el más criollo de los gringos y el más italiano de los argentinos”. Un periodista porteño lo definió como “un romano acriollado, con energías norteamericanas, pero sin los millones que necesita para hacer una proteica y fecunda obra de cultura nacional”. Las Lomas de San Isidro honra su memoria en una calle con su nombre .

Tomamos algunos de los párrafos más felices de la larga disertación. Describió el paisaje de nuestra localidad diciendo:

“El río ciñe la augusta cabeza argentina como vincha y diadema de plata bruñida; y esta corona republicana que no sabe de piedras ni de símbolos heráldicos, adorna su frente engarzando la fresca esmeralda de los verdores de sus sauces, el cálido rubí de los ceibos floridos, la opalina blancura de perlas de sus chalets perdidos entre el follaje y en su centro, en el sitio de honor, soberbia y esbelta se levanta la aguja gótica de la iglesia de San Isidro.

“¡Así es la corniche porteña, así es la Cote d’Azur de nuestros pueblitos del norte!, la que, a decir verdad, se pierde de un lado en el brouhaha inconmensurable y chato de los terraplenes y malecones de la ciudad, y del otro, en los bañados de más allá del Tigre, donde el mosquito se ensaña, donde el mosquito todo lo puede, hasta pellizcar a las señoras por entre las mallas de una media sutil que ya casi no existe.

“La paz campechana, el divino panorama del lago, los rayos de un sol poniente que tiñen de púrpura las velas de las barcas pesqueras, el farallón...

Texto completo en el siguiente documento: