En tiempos de gobernantes sabios y santos
 
Alfonso X el Sabio (1221-1284) fue rey de León y de Castilla. Nació en Burgos y su padre, Fernando III el Santo, le dio una educación esmerada, merced a la cual, aparte de sus dotes naturales, pudo realizar su ingente labor cultural.
Hubo de sofocar frecuentes rebeliones de los nobles e incluso de su propio hijo don Sancho, que acabó usurpándole el trono. Esto, sin duda, indujo a decir al Padre Mariana que “contemplaba el cielo y miraba las estrellas, mas en el entretanto perdió la tierra y el reino”; lo que, si bien es cierto, no implica ineptitud o despreocupación por parte del monarca, sino que se debe a la complejidad de los problemas de política interior y exterior que hubo de enfrentar.
Parece evidente, sin embargo, que dedicó lo mejor de su vida y su talento al cultivo de las ciencias y las letras, haciendo de la Corte el centro de ilustración más importante de su tiempo, que influyó en la cultura del resto de España y hasta del exterior. A ella acudían los hombres de más valía de todo el mundo, tanto cristianos como judíos y árabes, clérigos y seglares, a todos los cuales acogía el rey sin tener en cuenta procedencias ni credos. Cabe decir, pues, que Alfonso X es una figura señera de la cultura universal del siglo XIII, y él fue quien, mediante una ley, impuso el castellano como lengua oficial y obligatoria.
Sus obras pueden clasificarse en científicas, históricas, jurídicas y poéticas, sin contar numerosas traducciones. Entre las científicas mencionaremos el Libro de las tablas alfonsíes o Tablas astronómicas; los catorce libros Del Saber de Astronomía; un tratado de Agedrez dados e tablas; otro de Montería o Venación; el Libro de la propiedad de las piedras, y el Septenario o tratado de las siete naturas engendradoras de los siete saberes o siete artes liberales. Esta obra es lo que podría llamarse una enciclopedia dividida en dos partes: el Trivium, que comprendía las ramas de gramática, lógica y retórica, y el Quatrivium, que trataba de música, astronomía, física y metafísica, y nociones de aritmética y geometría.
Pero es en las obras jurídicas donde cuaja plenamente la sabiduría del rey Alfonso. Muy notables son el Fuero real o Libro de los concejos de Castilla, El espejo de las leyes, las Leyes de los adelantados mayores y el Ordenamiento de las tafurerías. Sin embargo, lo que verdaderamente lo inmortalizó fue Las siete partidas o Fuero de las leyes, que había ya ideado su padre, Fernando III el Santo, para unificar los diversos regímenes legales de Castilla; obra que sirve de origen a toda la jurisprudencia española y que es, según un jurista inglés, “la legislación más acabada y completa que se conoce”, constituyendo, con la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino y La Divina Comedia del Dante, las cumbres del pensamiento medieval, tanto por la profundidad de sus conceptos como por la belleza de su forma.
En cuanto a sus obras históricas, la más notable es su Estoria de Espanna. No habiéndola terminado, la continuó su hijo don Sancho, quien también concluyó la traducción del francés de La gran conquista de ultramar, iniciada por su padre, y cuyos capítulos novelescos pueden considerarse, según Menéndez y Pelayo, como “el más antiguo de los libros de caballería escritos en nuestra lengua”. Aparte de esta traducción, se debe a Alfonso el Sabio la de la Biblia, tomada de la Vulgata latina de San Jerónimo; y la del Talmud, el Corán, las Etimologías de San Isidoro, la Cábala, y Calila y Dimna.
Y por lo que respecta a su labor poética, es su obra más notable las Cantigas de Santa María, compuestas y musicadas en loor de la Virgen. De las 420 que componen la obra, alrededor de 360 tienen carácter narrativo y se refieren a leyendas y hechos milagrosos. Es autor, además, de otras cantigas de carácter diverso.
Aunque, de las muchas obras que se le atribuyen, no puede decirse que todas fueran exclusivamente suyas, sí cabe afirmar que en todas intervino directamente, no sólo tomando la iniciativa de su redacción, sino planeándolas, corrigiéndolas, retocándolas y cuidando de la pureza del lenguaje.

Enciclopedia Ilustrada Cumbre, t. 1, México, Editorial Cumbre, 1964, pp. 203-204