Un frustrado duelo en el mar
 
“Al anochecer largaban anclas al abrigo de Cabo Gregorio. En la quietud de aquel reparo y liberado de su guardia, el capitán Brown se vio llamado con Santiago Dunne a la cámara. Era con el marino extranjero con quien el caudillo [Cambiazo] deseaba conversar, pero necesitaba de los servicios como intérprete del secretario pues su comunicación con el norteamericano –que apenas chapurreaba el español– se tornaba difícil cuando el tema, como en este caso, tenía extrema importancia.

“El general los recibió sonriente, mostrándose de entrada cordial y comunicativo. Hizo cumplido elogio sobre el gobierno del buque preguntándole de paso a Brown –quien nos cuenta el episodio– si ‘era buen tirador de pistola pues abrigaba el propósito de tener un duelo con él’ pero, señalando una botella de champagne le advirtió que esa era la pistola que tenía preparada para el duelo y la hizo destapar con estrépito. Luego bebieron los tres aunque con menguado entusiasmo de los invitados”.

Se trata del siniestro pirata chileno Miguel José Cambiazo, hijo de un médico o practicante argentino, quien el 4 de julio de 1852 termina en una fosa común, luego de que un tribunal militar de su país lo condena a las penas de fusilamiento y descuartizamiento, previa degradación.
El 21 de noviembre de 1851, el teniente de Artillería Cambiazo lidera un motín militar en la colonia penal de Punta Arenas del Estrecho de Magallanes, apoderándose de ella; se convierte en salteador en tierra y pirata en el mar, cometiendo toda clase de crímenes, como asesinatos, incendios y saqueos.
Su bandera roja tiene una calavera con un par de canillas entrecruzadas y una inscripción que dice “conmigo no hay cuartel”. En sus dominios magallánicos promulga un código penal militar en el cual introduce novedosos castigos como “descuartizar vivo”, a secas o con la variante de hacerlo “presa por presa principiando por los dedos de las manos, prefiriendo la derecha”; o “tenacear con un fierro hecho ascuas, quemarlo vivo”; o “muerto a bayoneta sacándole al mismo tiempo los ojos”, castigo destinado a los cobardes; o “arrancarle la lengua o quemarle los ojos con un fierro candente hasta carbonizarlos”, crueles castigos que aplica sin el menor remordimiento.

La escena del desafío transcurre el 14 de enero de 1852 en el bergantín-goleta de matrícula norteamericana Florida, convertida en barco pirata por el autotitulado general Cambiazo, el capitán mercante Chas H. Brown le contesta que podría batirse como cualquier hombre si ello fuese necesario; en realidad el capitán Brown reservaba sus energías para un combate más relevante: liderar la contrarrevolución, recuperar su buque y capturar al temido pirata, lo que se hace realidad el 15 de enero de 1852.

El capitán norteamericano Brown nos legó el retrato físico y moral del pirata:

“Durante este tiempo vi con frecuencia a Cambiazo; algunas veces a caballo, rodeado de sus edecanes; otras paseando en el campo de maniobras. Montaba bien y de ordinario en caballo muy vivo, y siempre iba armado de espada, daga y pistola. Su figura era hermosa; una frente despejada, complexión robusta, con cabellera abundante; bigote bien poblado y barba espesa. De nariz aguileña y de hermoso perfil, y admirable lo que un artista llamaría el color de su rostro; labios rojos, frente hermosa, el cabello oscuro, suavizado por el ligeramente rubio de su barba y bigote, dábanle a su rostro una belleza digna del estudio de un pintor. Pero sus ojos revelaban las bajas pasiones que anidaban bajo esta bella apariencia. Eran grandes y negros, medio ocultos por sus pestañas, despedían miradas de reflejos repentinos y encubiertos. Cuando me dirigía la palabra, jamás me miraba de frente, y después de concluir sus frases, me echaba una mirada de reojo, como para penetrarse del efecto de lo que estaba diciendo; y en esa mirada había algo de furtivo y felino”.

Agotada la vía diplomática de reclamo, el capitán Brown interpone formal demanda contra la Nación chilena por indemnización de daños y perjuicios. Debemos señalar que cuando Cambiazo captura el bergantín-goleta de Brown, éste venía transportando desde Valparaíso a sesenta y seis presos políticos que inmediatamente se pliegan a la sublevación del violento caudillo; además, entre otros servicios, Brown rescata un valioso tesoro que había robado el sanguinario pirata. Esa causa, que el valiente capitán deja incubándose en los estrados judiciales, constituye un curioso record de duración pues el adverso fallo tarda en producirse la friolera de cuarenta y dos años.

Véase: ARMANDO BRAUN MENÉNDEZ, Cambiazo. El último pirata del estrecho, Buenos Aires, Editorial Francisco de Aguirre, 1971, p. 104, 107, 167, 168, 188, 189, 228 y 270