El desafío y la caza de montería en la noche de difuntos becqueriana
 
Durante una noche de difuntos (1), el poeta Gustavo Adolfo Bécquer se despierta con el tañir de las campanas que le traen a la memoria una antigua leyenda soriana que decide compartir con sus lectores.

“Historias Curiosas” también quiere compartir con sus seguidores el relato becqueriano que leyera en tiempos escolares. Había una vez un hidalgo llamado Alonso que interrumpe una partida de caza cuando ordena que se aten los perros y se haga la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores y se regrese a la ciudad de Soria. Resulta que la noche se acercaba, era el Día de Todos los Santos y los cazadores estaban en el Monte de las Ánimas.

Sorprendida, Beatriz, la hermosa prima del joven hidalgo, desea continuar la cacería hípica, pero Alonso se impone contándole una historia curiosa:

“–Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
“Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
“Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes las tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, y los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
“Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche”.

Alonso concluye su relación en los alrededores del palacio gótico de su noble familia –los condes de Alcudiel–, donde compartirá la cena con su amada Beatriz –de la casa condal de Borges–.

Finalizado el banquete, frente al fuego de la chimenea, Alonso le recuerda a su querida prima que, al celebrarse todos los santos, y especialmente los suyos, es día de ceremonias y presentes. Alonso le obsequia a Beatriz una preciada joya que perteneciera a su madre, Beatriz le ofrece la banda azul que llevó a la cacería. Pequeño detalle: la extravió en el Monte de las Ánimas. Perplejo, Alonso expresa:

“–Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra todos los bríos de la juventud, todo el ardor, hereditario de mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión”.

Alonso sufre un ataque de pánico que finaliza cuando su prima le advierte, con fina ironía, sobre los peligrosos lobos que deambulan por los caminos. A los pocos minutos se oye el rumor del caballo de Alonso que se aleja al galope. Alonso regresará con la preciada prenda y Beatriz la encontrará al amanecer del día siguiente en su lecho.

La banda azul lucía sangrienta y desgarrada; el primogénito de Alcudiel había sido devorado por los lobos del Monte de las Ánimas, sin embargo, su espectro cumplió la palabra empeñada. Beatriz murió de horror, sus servidores la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios y rígidos los miembros.

“Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la siguiente noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, cual caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso”.

Fuente: GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER, “El monte de las ánimas”, Relatos oscuros, Buenos Aires, La estación, 2009, pp. 31, 32, 34 y 39.

Y… este cuento ha terminado, pero Alonso y Beatriz no fueron felices, ni comieron ni cazaron perdices.

Como fiel exponente del Romanticismo, Bécquer narra una historia de amor que también es una historia de horror. Un idilio trágico, un amor inalcanzable, un amor no correspondido ya que el cazador Alonso no es “cazado” por su prima Beatriz sino por un famélico lobo.

Por otro lado, el relato de Bécquer nos trae a la memoria una antigua expresión latina que se popularizó en los siglos XVI y XVII: “homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre). Esta frase encierra una gran verdad porque, desde el duelo entre Caín y Abel, el mayor enemigo del hombre es el propio hombre, capaz de las mayores atrocidades con sus semejantes, cosa que no se da ni siquiera entre las fieras. La imagen del lobo está tomada de la idea, que perduró durante muchos años, de que ese animal era el más cruel.

Nos imaginamos entonces que, cada noche de difuntos, las almas en pena de los nobles cazadores sorianos entablan un combate feroz, una cacería terrible, con los espectros de los templarios al tañir de las campanas de la antigua capilla del Monte de las Ánimas.



Nota

1. Según la tradición celta, la víspera del Día de Todos los Santos (1° de noviembre), los muertos reciben un permiso especial para visitar la tierra. Esta tradición se extendió por diversas regiones del mundo, donde se realizan ceremonias como rezar por los difuntos, preparar sus alimentos preferidos, llevarles agua a los sepulcros y demás. En la cultura anglosajona derivó en lo que hoy es Halloween (hallow’s eve: víspera de los santos). También se celebra en distintas regiones de España, México y Bolivia, entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre, según el lugar.

Véase el cuento completo de Bécquer en PDF: