¡Y en el Norte se puso bravo!, por la Lic. Andrea Manfredi
 
En la vida escolar existen fechas que son emblemáticas en la historia de uno. Quién no recuerda la vez que hizo de granadero, negrita mazamorrera, velero o lo juntaron entre varios para hacer de pueblo. Algunos eran más afortunados, alcanzando los papeles estelares, como Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Juan José Castelli y demás. Es más, seguramente más de uno, a última hora, anunciaba en su casa que al otro día tenía que llevar preparado un informe o calendario escolar sobre el 25 de Mayo. Y ahí nos poníamos a buscar y observar esas figurillas, sea en Billiken, Anteojito, o algún manual escolar que encontrábamos en nuestras casas para ver a esos personajes estáticos pero dinámicos al mismo tiempo, sea en el famoso Cabildo Abierto del 22 de mayo o en aquella inolvidable postal del pueblo representado con paraguas, cintas blancas y celestes, frente al Cabildo, vivando a nuestra patria.

Y gracias al trabajo de maestros, padres, abuelos o simplemente a nuestra mera curiosidad, ninguno de estos personajes nos resulta hoy ajenos. Pero, ¿qué fue lo que sucedió una vez pasado el 25 de mayo? ¿Quiénes fueron aquellos personajes que interfirieron en esa famosa reunión para dictar el nuevo curso de nuestra patria? Es más, ¿quién fue aquel que de una manera locuaz y haciendo uso de sus dotes de gran orador pronunció la frase que pasaría a la historia, afirmando que al no existir la monarquía de Fernando VII debido a su encarcelación por una tramoya napoleónica, la soberanía residiría en el pueblo de Buenos Aires?

Este hombre que por orden de la Junta partiría hacia el Norte a someter al resto de las provincias a los nuevos ideales tiene un nombre: Juan José Castelli, abogado porteño y brazo armado de la Revolución.

Una vez declarada la Primera Junta de Gobierno el 25 de mayo de 1810, con Cornelio Saavedra a la cabeza, ésta debió abocarse de lleno a la realización de su programa político. Se debían dar los pasos de manera urgente que consolidarían la revolución en todo el territorio para que pudiera ser realidad el mandato del 28 de mayo: invitar a todos los pueblos a enviar sus representantes a la formación del gobierno permanente.

Paralelamente, se debía evitar la reacción de las autoridades españolas partidarias del reconocimiento del Consejo de Regencia y que sin duda verían la destitución de Cisneros como un atentado a la autoridad real. Así, se decidió enviar el 4 de octubre de ese mismo año una “expedición auxiliadora” al interior con el objeto de ayudar a los pueblos a liberarse de la previsible presión de los grupos reaccionarios, comandada por los generales Antonio González Balcarce y Eustaquio Díaz Vélez y el Dr. Juan José Castelli como comisario político.

Este último, abogado de tendencias liberales y primer vocal de la Junta que había alcanzado su máxima popularidad en la asamblea que pasó a la historia con el nombre de Cabildo Abierto del 22 de mayo, se encontraba ahora como representante del ente gubernamental para hacer cumplir la revolución en cada rincón del Alto Perú. “Un gobierno de criollos, aseguraba, al no encontrase ya la España de Fernando VII”. Con su excelente oratoria afirmó firmemente que los derechos de soberanía debían pasar al pueblo de Buenos Aires.

El “orador destinado para alucinar a los concurrentes” demostraría en el Norte una conducta implacable lo cual lo llevaría a ser tildado de “jacobino” por muchos historiadores y testigos de la época, al ver los recursos y políticas que utilizaba para llevar a cabo la revolución.

El abogado que había estudiado en colegios como el San Carlos y el Monserrat de Córdoba, la Universidad de Charcas y la Universidad de Córdoba del Tucumán, seguiría al pie de la letra un conjunto de instrucciones fechadas el 12 de septiembre de 1810 y atribuidas a Mariano Moreno, donde se fijaban los métodos a implementar para lograr la adhesión de los pueblos.

Este “Plan de Operaciones” que tuvo como fin consolidar la gran obra de la libertad e independencia requería y aconsejaba poner en práctica una serie de medidas tales como el empleo del terror, la astucia, la intriga, la vigilancia sigilosa, el espionaje, el engaño y otros medios que permitieran lograr el triunfo de la Revolución. Hasta la pena capital para aquellos que no estuvieran de acuerdo o fueran cómplices contrarrevolucionarios. ¿Decapitar a los contrarios? Por qué no: sería un castigo ejemplificador.

El cambio radical había comenzado y el objetivo estaba determinado: expandir la Revolución en todo el territorio. Como dice la famosa frase adjudicada a Maquiavelo “El fin justifica los medios”.

Pero este cambio debería ser custodiado en los diferentes pueblos y ciudades por lo que se hacía necesario mantener espías. Imagen que se repite en la Francia revolucionaria de 1793, cuando el Club de Ruan decretó que el comité de suveillance se encargara de reclutar el suficiente número de patriotes para vigilar la opinión en cafés y otros lugares públicos. Entonces, ¿por qué no utilizar el mismo método en pulperías y posadas para silenciar cualquier intento que debilitara el espíritu revolucionario?

Es así que por esas tierras del Norte veremos a ese abogado, el mismo que había impresionado a las multitudes con su discurso radical del 22 de mayo de 1810, el mismo que con sus dotes de orador, justificó y dio sentido al anhelado cambio revolucionario, ahora actúa con mano firme y sin piedad contra aquellos espíritus contrarrevolucionarios y realistas. Aquel que sin vacilar, cumplió con los fusilamientos en el paraje de Cabeza de Tigre, cerca de Cruz Alta, Córdoba, en donde se encontraba nada menos que uno de los héroes de las Invasiones Inglesas y ex Virrey, Santiago de Liniers y Bremond junto a otros realistas que habían intentado unir sus fuerzas con las del Alto Perú pero fueron perseguidos y atrapados por los revolucionarios que no dudaron en definir sus destinos.

Castelli había sido destinado a las provincias del Alto Perú, dirigidas por hombres de prestigio, y con posesión de tropas, que habían rechazado la autoridad de la Junta, con excepción de Tarija, Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra. El Paraguay, por su parte, había optado por una prudente expectativa mientras que Santiago de Chile, sin reconocerla, la aceptaba como un hecho consumado. No obstante, para respiro de los revolucionarios, casi todas las ciudades del territorio argentino apoyaron rápidamente a la Junta. En junio lo hicieron Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Tucumán, Catamarca, Salta, Mendoza, Santiago del Estero y Jujuy. Córdoba y Montevideo se opusieron a las nuevas autoridades de Buenos Aires.

Los patriotas no pudieron en Cotagaita pero tomaron la ciudad de Oruro y obtuvieron una gran victoria en Suipacha el 7 de noviembre de 1810, lo que les permitió ganar la inmensa región hasta el Río Desaguadero, límite del Virreinato del Perú. Así fue que todas las ciudades del Alto Perú se pronunciaron por la revolución y apresaron a sus gobernantes. Potosí depuso al gobernador Paula Sanz, formándose una junta de gobierno patrio, y en Charcas otro levantamiento apresó al mariscal Nieto y al general Córdova y los entregó a Juan José Castelli. Por último, el intendente Domingo Tristán de La Paz, ante la inminencia de la llegada de las fuerzas expedicionarias, reconoció a la Junta de Buenos Aires. Todos ellos serían víctimas de la ferocidad de Castelli, ejecutados en la plaza mayor de Potosí el 15 de diciembre de 1811.

Tampoco se privó de efectuar oficios en donde figuraban aquellos que suponía se oponían a los principios revolucionarios como aquel escrito el 12 de diciembre de 1810 en Potosí que dejaba constancia de las personas que serían trasladadas a Salta por la fuerza con el fin de mantener la tranquilidad y seguridad en el pueblo. O en donde dejaba en claro la prohibición de la difusión de noticias falsas ejecutando a los que no cumplieran con la orden.

Además de los fusilamientos cometidos en el paraje Cabeza de Tigre y Potosí, el Representante de la Junta en el Alto Perú, cometió el error de autorizar, tras el triunfo de Suipacha, saqueos, confiscaciones y otros desmanes de las tropas en perjuicio de los vencidos que fueron mal vistos por las poblaciones. En el artículo sexto de las Instrucciones dadas a Castelli para su cumplimiento figuraba que en la primera victoria que se lograse, se dejaría que los soldados hicieran “estragos en los vencidos para infundir el terror en los enemigos”.

La vida licenciosa de algunos oficiales como así también las ofensas hacia el sentimiento religioso provocaron la enajenación de la población altoperuana, la cual se dispuso a desprenderse totalmente de la causa revolucionaria ya que era algo que atentaba contra su forma de vida e ideales. Además, se comentaba que por esos días “en tales casas se hacían bailes las más de las noches, donde se divertían los oficiales. Y que, Castelli, se notó que le permitía a sus edecanes y a otros oficiales jóvenes ponerse en mal estado por exceso de bebida, y ejecutar con las mujeres acciones poco decentes; las cuales mujeres se ponían en el propio estado por igual exceso; cuya conducta originó un descontento general en el pueblo, respecto de los oficiales y del doctor Castelli, siendo esto en Chuquisaca”.

Gran malestar había causado además el episodio de la quema de una cruz en la provincia de La Paz, el haberse revestido con las sagradas vestiduras y el cantar misa en el templo del curato de Laja, en cuyo púlpito predicó el secretario Bernardo de Monteagudo. La mayoría coincidía en que si Castelli no percibía, al menos toleraba estos graves extravíos. Era un hecho que la religión había sido atacada por el libertinaje de ciertos individuos del ejército. Lo que estaba en duda era si él mismo se había entregado a conductas escandalosas durante su actuación en el Norte. Estas acciones perjudicaron notablemente su moral.

Pero aquello que causó gran estupor entre las castas altoperuanas fue su intención de ampliar el apoyo a la causa revolucionaria liberando a los indígenas del tributo y declarando total igualdad entre las razas. Alarmante fue también la proclamación del sufragio indígena, en febrero de 1811, que promulgó Castelli a los habitantes del distrito de la audiencia de Charcas para que elijan un diputado que los representase en el Congreso. ¡Era el acabose! Aunque estas medidas no tuvieron efectos jurídicos inmediatos, alarmaron a las clases altas del Alto Perú.

A pesar de todo, a Castelli le llegó también su sentencia que se conoce como la “Causa del Desaguadero”, el 4 de diciembre de 1811. Ante la derrota de Huaqui el 20 de junio de 1811, el Alto Perú que formaba parte del Virreinato del Río de la Plata, quedaría separado de las Provincias Unidas. Castelli había incumplido la orden impartida por la Junta de Buenos Aires de no atacar sin tener la seguridad del éxito. Sin embargo, este proceso fue suspendido debido a su fallecimiento el 12 de octubre de 1812, producto de una llaga cancerosa en la lengua, siendo sepultado en la Iglesia de San Ignacio. El gran orador que había maravillado a cabildantes, pueblos e indígenas, perecía por su lengua.

Empedernido revolucionario, convencido de que sus políticas encontraban su amparo en llevar a cabo la verdadera revolución, justificaba el uso del terror como el arma más formidable para someter las rebeldes resistencias de los realistas.

Como aseguraba su amigo y colega, Mariano Moreno: “Los cimientos de una nueva república nunca se han cimentado sino con el rigor y el castigo, mezclado con la sangre derramada de todos aquellos miembros que pudieran impedir sus progresos (...) ¿por qué nos pintan a la libertad ciega y armada de un puñal? Porque ningún estado envejecido o provincias pueden regenerarse sin cortar sus corrompidos abusos, sin verter arroyos de sangre”. Y esto fue lo que animó su proceder.

Fuentes

- “Instrucciones que deberá observar el representado de la Junta, doctor don Juan José Castelli que el gobierno de la expedición a las provincias interiores, que se le ha encomendado” (Biblioteca de Mayo. Colección de Obras y Documentos para la Historia Argentina, tomo 13, Buenos Aires, Senado de la Nación, 1962, pp. 11764-11766).

- “Mariano Moreno: Plan de Operaciones”, 1995-2000, disponible en: <www.literatura.org>, 12 de mayo de 2008.

- “Oficio del Dr. Juan José Castelli al Cabildo de Potosí, enviándole una lista de las personas que debían trasladarse a Salta” (Biblioteca de Mayo. Colección de Obras y Documentos para la Historia Argentina, tomo 14, Buenos Aires, Senado de la Nación, 1962, p. 12999).

- Bosch, Beatriz, Trascendencia Revolucionaria del Cabildo Abierto del 22 de Mayo, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Departamento de Extensión Universitaria, 1960, cuaderno n° 3.

- Bruno, Cayetano, Historia de la Iglesia en la Argentina, Buenos Aires, Don Bosco, 1966-1981, 12 vols.

- Chaves, Julio César, Castelli. El adalid de Mayo, Buenos Aires, Ayacucho 1944.

- Goldman, Noemí, Historia y Lenguaje. Los discursos de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992.

- Goldman, Noemí, “Los ‘jacobinos’ en el Río de la Plata”, en: Revista Todo es Historia, Félix Luna (dir.), Buenos Aires, junio 1989, año XXIII, n° 264, pp. 26-39.

- Martínez Zuviría, Gustavo, Año X, 4° ed., Buenos Aires, Goncourt, 1970.