Otras cacerías del zorro en los pagos de la Costa y Las Conchas
 
“Caza, guerra y amores, por un placer mil dolores”
Refrán español


Con espíritu localista, en este nuevo estudio trataremos otras cacerías del zorro efectuadas en los históricos pagos de la Costa y Las Conchas, en la ciudad de Buenos Aires, en su campaña y en el interior del país. El Pago de la Costa originariamente se extendió desde la cruz de la ermita de San Sebastián -ahora Plaza San Martín, en Retiro- hasta el actual San Fernando; Las Conchas inicialmente fue un pago inmenso que abarcaba toda la cuenca del río del mismo nombre hasta la zona de influencia de la Villa de Luján. Comenzamos con una reseña histórica sobre las cacerías foráneas y continuamos con las primeras instituciones nacidas en el país para difundir la equitación en sus distintas manifestaciones.

Decíamos ayer que en Europa se cazaba el zorro a la carrera, pero no se lograba acorralarlo si no se hubiera tapado por la noche, mientras el animal merodeaba, las cuevas donde podía refugiarse. Contrariamente a lo que ocurre con el lobo, los perros siguen con ardor la pista del zorro. Éste, en los primeros momentos no huye con gran velocidad; parece tener más confianza en su astucia y sus ardides para despistar a los perros, pero el olor que despide su cuerpo es tan fuerte que la jauría no pierde la pista un solo instante. Cuando los perros se aproximan, el zorro toma el camino de su cueva, donde cree poder refugiarse, pero encontrando obstruida la entrada, se ve obligado a confiar en sus piernas para salvarse. Entonces comienza una carrera rápida que puede durar varias horas, durante la cual el zorro, cada vez más espantado por los ladridos de los perros, el son de los cuernos de caza, el galope de los caballos y los gritos de los cazadores, pierde poco a poco las fuerzas. Por fin, se acerca el desenlace: el zorro está forzado y se deja acorralar. Al principio parece dispuesto a resistir, muestra los dientes y tira en vano algunas dentelladas, pero cae sobre él toda la jauría y en un instante es arrollado y despedazado.
En Inglaterra, la caza del zorro es un pretexto para la equitación, una especie de deporte nacional, tan predilecto que no se trata de destruir al zorro. Se procura más bien protegerlo, a fin de tener ocasiones más frecuentes de practicar el deporte. Esa caza difería en varios puntos de la que se practicaba en Francia. Los equipajes son los mismos y persiguen el mismo animal, pero no el mismo resultado. En Francia toda caza debía terminar con presa hecha. En Inglaterra los cazadores hacen equitación durante varias horas; si encuentran un zorro, lo persiguen, pero no se creen decepcionados si el animal logra salvar la piel.
Las jaurías se componen de sesenta y dos y media yuntas de fox-hounds -así se cuentan- divididas por talla y no por sexo, en tres lotes, que salen sucesivamente.
Los cazadores llegan al lugar de la cita a caballo o en coche. Visten, en general, frac rojo y sombrero de copa. Este último se cree más conveniente porque la columna de aire amortigua la violencia del golpe en el caso de una caída de cabeza. El equipaje es conducido por un picador y dos lacayos cuya tarea principal consiste en impedir que los perros se aparten de la jauría.
La caza se dirige hacia un bosquecillo aislado en el medio de la llanura. En las esquinas, de modo que puedan vigilar el contorno, se colocan los lacayos de las jaurías. El picador penetra en el bosquecillo y azuza a los perros. Salta un zorro y valerosamente se lanza hacia la llanura. El mozo de jauría que lo ve primero lanza un grito para excitar a los perros que a su vez se lanzan en la persecución del zorro saltando cercos y fosos, seguidos por los cazadores.
Se matan también muchos zorros, pero de una manera menos noble que la precedente: ahuyentándolos con los perros hacia determinados sitios de acecho, donde se les mata al pasar .
La caza del zorro con caballos y jaurías no se puso en boga en Inglaterra hasta 1660. Se cuenta que lord Arundel poseía una jauría de foxhounds, con los que cazó regularmente de 1690 a 1700. Las jaurías de Charlton, luego las de Goodwood, aparecen durante el reinado de Guillermo III; a las de Staitondale, en Yorkshire, se les supone una antigüedad de dos siglos. En 1726 poseía Draper una jauría dedicada a perseguir a los zorros que mataban a las ovejas de Yorkshire. En 1730 Thomas Fownes era también propietario de perros destinados al mismo fin en Stapleton, Dorsetshire. Por el año 1750 empezaron a emplearse jaurías solamente para zorros. Desde Inglaterra, la caza del zorro fue llevada a Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y Australia. Todavía -en 1969- perdura esta sana costumbre en la costa este de los Estados Unidos, pero se practica menos que antaño. Ese año se realizaron más de cien cacerías en Virginia, Maryland, Pennsylvania y Nueva York .
La caza nace con el hombre, necesaria como defensa frente al animal y como posibilidad de alimento. Desde la prehistoria, el arte y la arqueología muestran signos de esta actividad. Egipcios, asirios y persas, que se dedicaban a la caza no sólo como fuente de sustento, sino como un verdadero deporte, nos han dejado reflejados en su arte diversos tipos de caza. También los griegos y los romanos la tomaron como una diversión, cazando en parques con fieras semidomesticadas. En la luminosa Edad Media se cultivó la caza de montería como una actividad noble y cortesana. Después de la caída del Imperio Romano, al establecerse en Europa el régimen feudal, la caza fue primeramente un procedimiento como otro cualquiera de ganarse la vida y procurarse el sustento, pero no tardó en desarrollarse como diversión favorita de los señores y como uno de los privilegios de que ellos disfrutaban, tomando ya entonces un carácter bastante distinto del que había tenido entre los pueblos de la Antigüedad. En éstos la caza tenía casi siempre el carácter de trampa, de engaño. Se utilizaban continuamente redes, empalizadas y diferentes artimañas. Durante la Edad Media se generalizó en cambio, la persecución de los animales de caza empleando perros y caballos para unos, aves de rapiña amaestradas para otros, y se llevaron a un alto grado de perfección estos dos métodos de caza, la montería y la cetrería, y así como los asirios y los galos habían sido los iniciadores en la Edad Antigua de la caza a caballo, con perros, en el Medioevo fueron en gran parte los franceses los que más perfeccionaron el ejercicio de la montería, generalizándolo también, en toda Europa (en Inglaterra lo introdujo la conquista normanda). Las cacerías, eran las distracciones constantes y casi únicas de los señores feudales, y estaban muy en armonía con sus hábitos guerreros. El derecho de caza se hizo privativo de los nobles, que desplegaban gran lujo en sus jaurías y en sus halcones. De todas las regiones entonces conocidas se llevaban a Europa aves de rapiña destinadas a la cetrería, y las damas y caballeros aparecían a menudo en público llevando en la mano su halcón favorito. Aun los mismos eclesiásticos se apasionaron de tal modo por los ejercicios cinegéticos, que prelados y concilios se vieron obligados a dictar severas disposiciones para reprimir el lujo y desorden de los clérigos en el mantenimiento de trenes de caza -el abad Suger, en El unicornio de Manuel Mujica Láinez, organizaba cacerías fastuosas-, y los plebeyos por su parte siguieron en muchos casos cazando por su cuenta, con el arco en unos países y con lazos y trampas en otros, motivando la represión de la caza furtiva que contribuyó, algunas veces, a mantener en el pueblo el descontento y a promover disturbios, como ocurrió, por ejemplo, en Inglaterra, a consecuencia del establecimiento, por los dominadores normandos, de las forest laws.
Como se ha dicho, una de las bases de la diversión consistía en el empleo de animales auxiliares: el caballo y el perro en la montería, y el halcón o el azor en la cetrería. La montería y la cetrería adquirieron tal importancia en la vida de aquellos tiempos, que los cargos de halconero y montero mayor fueron de gran categoría en las cortes feudales o en la de los reyes.
La falta de armas de fuego obligaba a reunir gran número de elementos para grandes partidas de caza, cosa que sólo podían lograr los más poderosos señores: maestros de caza, batidores, monteros, acemileros, caballerizos y los que atendían a las jaurías, que constituían realmente un pequeño ejército.
El tema de la caza ha sido uno de los que siempre han merecido la atención de poetas y literatos. Son menos frecuentes los tratados especiales acerca de la caza. Alfonso el Sabio mandó traducir del árabe el Libro de Cetrería. Es muy notable el tratado del infante D. Juan Manuel titulado el Libro de la caza, en el que se describe la forma de practicar la montería y se consignan curiosos detalles de cómo los nobles se dedicaron a la cetrería -el caballero Ozil de Lusignan aprendía cetrería en la corte de la reina Alienor de Francia, leemos en El unicornio-. En catalán, se conoce un interesante tratado, Lo llibre dell nudriment é de la cura dels ocells. El canciller López de Ayala escribió, en 1386, una obra de gran importancia, titulada Libro de la caza de las aves et de sus plumajes et dolencias et melecinamientos, en la que se estudian las costumbres...


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