El dominico fray Reginaldo de Lizárraga y sus observaciones sobre la medicina americana, por Carlos Dellepiane Cálcena
 
Resumen


El dominico fray Reginaldo de Lizárraga, nacido en Medellín, España, hacia 1539 y muerto en Asunción del Paraguay en 1609, nos dejó su Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile, relato de sus viajes, en la que volcó con sentido crítico lo visto y lo vivido en las extensas regiones que recorrió. El manuscrito original se conservó en la Biblioteca de San Lázaro, de Zaragoza. El presente trabajo ha sido hecho con la edición debida a la Union Académique Internationale y la Academia Nacional de la Historia, que viera la luz en 1999 con estudio preliminar del académico Edberto Oscar Acevedo, en el seno de las “Fuentes narrativas para la historia del Río de la Plata y de Chile”.

Texto
He aquí el motivo que impulsó a fray Reginaldo de Lizárraga a anotar en su Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile, dedicada al “Excmo. Sr. Conde de Lemos y Andrada, Presidente del Consejo Real de Indias”, conocida también como Descripción Colonial, no sólo las “cosas grandes” sino también las cosas cotidianas, porque todas eran “dignas de memoria”. Llegó un siglo después de Cieza de León al mismo territorio que comprendía la enorme extensión del reino de los Incas. En este lapso cambiaron completamente las circunstancias de la conquista, es decir, cesó la desorganización y la anarquía, concluyeron las complejas luchas entre españoles y desapareció la avidez desmedida por descubrir las misteriosas y ocultas riquezas. La administración española afirmó y organizó su “imperio”.

Los virreyes nombrados por los monarcas españoles repartían las tierras en encomiendas, premiando de esta manera las hazañas de aquellos que habían contribuido a integrarlas a la Corona. Comenzaron así a levantar iglesias, a fundar monasterios y asentamientos que perdurarían en el tiempo.

Los documentos prueban que en las capitulaciones efectuadas entre Cristóbal Colón y la reina Isabel de Castilla, figuraba, como factor primordial, el deber de convertir al cristianismo a los naturales de las tierras descubiertas.

Esta imposición en la capitulación, de imperiosas necesidad y obligación, forma una suerte de eslabón, como anota el historiador mexicano Silvio Zavala Vallado en su Ensayos sobre la colonización española en América , entre la conquista del Nuevo Mundo y las Cruzadas. En ambos se entrelazan el motivo religioso fundamental de convertir a los infieles con otros políticos y económicos. Simultáneamente se produce en estos hechos, la prolongación del continente europeo en las nuevas tierras conquistadas.

Es lógico, entonces, que en la empresa de la conquista la presencia de religiosos, frailes y clérigos, haya tenido un papel tan importante como la de cualquier soldado combatiente. La intervención del clero fue un factor preponderante, porque intentaba con empeño convertir a los naturales a la fe cristiana y a la vez, de esta forma, comprometerlos como súbditos de los reyes de España. También estaba a su cargo la fundación de las sedes de esta nueva religión, es decir, la erección de capillas y la construcción de iglesias y conventos.

Todo eso era preciso documentarlo y en este punto es donde interviene el fraile-cronista, ya en calidad de historiador, ya de naturalista, o simple relator de andanzas y hechos. Si se echa una mirada a la abundante serie de manuscritos o libros publicados desde la conquista y a través de la época virreinal, encontraremos un común denominador, la pugna por la salvación de las almas de los infieles junto con la insaciable curiosidad por todo lo que se refiere a ese nuevo mundo.

Fueron éstos los motivos que impulsaron a religiosos y cronistas a caminar cientos de leguas padeciendo el soroche por las grandes alturas, el calor de las selvas tropicales y el continuo acecho de los naturales. Los primeros cronistas que llegaron eran como el incomparable soldado de Hernán Cortés, el cronista Bernal Díaz del Castillo (1492-1585), cuyo libro es el mejor testimonio de la conquista de México; o como el conquistador y cronista del mundo andino Pedro Cieza de León (1518-1554), admirador ferviente de las culturas precolombinas; o como el intrépido navegante y explorador capitán Pedro Sarmiento de Gamboa (1532-1592).

En este caso se trata del paciente y virtuoso provincial de la orden de los dominicos fray Reginaldo de Lizárraga, quien nos cuenta:

“Descendiendo en particular a nuestro intento, trataré lo que he visto, como hombre que allegué á este Perú más ha de cincuenta años el día que esto escribo, muchacho de quince años, con mis padres, que vinieron a Quito, desde donde, aunque en diferentes tiempos y edades, he visto muchas veces lo más y mejor desde Perú, de allí hasta Potosí, que son más de 600 leguas, y desde Potosí al reino de Chile, por tierra, que hay más de quinientas, atravesando todo el reino de Tucumán…”. Continua, para confirmar lo verdadero de sus descripciones: “…no hablaré de oídas, sino muy poco, y entonces diré haberlo oido mas á personas fidedignas; lo demás he visto con mis propios ojos, y como dicen, palpado con las manos; por lo cual lo visto es verdad, y lo oído, no menos” .

Estas crónicas, estos relatos son de importancia trascendente, porque sin la existencia de estos abnegados escritores, la historia de la cultura aborigen de todo un continente se habría perdido irremediablemente. Nunca serán suficientes las expresiones de reconocimiento por éstos sus trabajos.

En las crónicas de estilo simple y llano, surge un mundo insólito, de enormes riquezas, de gente brava y “bárbara”, la América virgen saturada de leyendas, de misterios. Esta América de geografía permanentemente cambiante. Inmensas tierras desconocidas y mitos sobre ciudades plenas de riquezas fabulosas.

En esta tierra quedó vivo el recuerdo de las novelas de caballería que fascinaron a las generaciones precedentes. Tanto es así, que en las crónicas podemos palpar su influencia cuando se trata de hechos heroicos, de apariciones milagrosas o acontecimientos rayanos en la hechicería y la magia.

Hijo de tierras peninsulares nuestro fraile cronista vio la luz en Medellín, Extremadura, hacia 1539. Su nombre en el mundo fue Baltasar de Ovando, pero al comenzar desde muy joven a profesar el sacerdocio, él mismo cuenta que el prior fray Tomás de Argomedo se lo cambió por el de Reginaldo de Lizárraga, para demostrar, de esa forma, su entera consagración a las labores cristianas que le esperaban. Llegó a Quito a la edad de quince años, en compañía de sus progenitores y hermanos. Allí se educó en el convento de los padres franciscanos, para viajar luego a Lima ciudad en la que ingresó en el dominico convento de Nuestra Señora del Rosario. Tomó el hábito en 1560 y profesó un año después. Completó estudios de teología y viajó por el Callao, Potosí y Charcas, misionando...

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Publicado en: Temas de Historia Argentina y Americana, n° 21, Buenos Aires, UCA, 2013, pp. 205-221