La Argentina y los argentinos según un norteamericano
 
"Las palabras Buenos Aires, que literalmente interpretadas significan aires buenos, o como se diría en inglés aire sano, forman, tal vez, una denominación tan apropiada y significativa como la que podía haberse dado a esa parte del país, situada sobre el Río de la Plata. La atmósfera está, por lo general, completamente libre de toda miasma, y es tan pura, que cualquier especie de carne, cuando se la deja al sol, se deseca en vez de podrirse. He visto el cuerpo de los hombres muertos en las batallas, así también como el de los caballos, cuando se los dejaba descubiertos sobre la tierra, conservados y presentando una endurecida, seca y apergaminada masa, tan indestructible, en apariencia, como las momias embalsamadas de Egipto.
"La hospitalidad entre la gente del campo es ilimitada, y sano o enfermo, el viajero es siempre bien recibido en sus casas o a sus mesas, y se acuerda de ofrecerle ya un vaso de agua, o un poco de comida o alojamiento para la noche. La costumbre de ofrecer el mate al extranjero o al visitante, es tan común entre los más pobres como entre los ricos. El mate es una especie de bebida nacional y ocupa el lugar, no solamente del té, sino de las bebidas más fuertes, pero el pueblo es tan sobrio que casi puedo decir que nunca he visto a un hijo del país, que se hubiese intoxicado con ellas. Al entrar en una casa, el que llega pronuncia siempre un saludo religioso: 'Ave María', al que responde el habitante de aquélla 'Sin pecado'.
"Aún se observan entre las costumbres del pueblo muchos restos de los antiguos hábitos y sentimientos españoles. Se nota el mismo rasgo de carácter celoso, y las jóvenes de la república, aunque no están bajo el cuidado de una dueña, están, sin embargo, sujetas a la vigilancia tan constante como rígida y restringida de sus solícitas madres. A ninguna mujer le está permitido salir sino en compañía de su madre o de algún otro miembro mayor de la familia, que hace las veces de un centinela, que vigila los actos de aquélla e impide que mantenga pérfidas conversaciones con los galanteadores de su misma edad.
"La plaza de Buenos Aires es el centro de todos los regocijos públicos, de las ejecuciones y de las asambleas populares. Allí mandaba Rosas suspender los cuerpos de muchas de sus víctimas, adornándolos ciertas veces, por burla, con cintas de color unitario (azul) y colgando rótulos a los cadáveres, que llevaban inscriptas estas repugnantes palabras: 'Carne con cuero'.
"El mercado de Buenos Aires está bien surtido de provisiones frescas de casi toda especie, y en él rigen las más saludables ordenanzas. Abunda la caza de varias clases, y se encuentran a diario patos silvestres y perdices, en filas de seis pies de altura y al precio de veinticinco centavos la docena. La mejor carne se vende de veinticinco a cuarenta centavos la arroba de 25 libras. Abunda la caza de varias clases, y se encuentran a diario patos silvestres y perdices, en filas de seis pies de altura y al precio de veinticinco centavos la docena. La mejor carne se vende de veinticinco a cuarenta centavos la arroba de 25 libras. Abundan los peces de distintas clases, pero no se puede vender de ninguna, hasta seis u ocho horas después de que han sido pescados. Jamás se los deja corromperse, pues se los trae en carretas, y la parte que queda sin venderse a la hora de cerrar el mercado, se vuelve a llevar al río, y muerta o viva es arrojada de nuevo al agua.
"La ciudad de Córdoba me pareció uno de los lugares más bellos y agradable de toda la república. Situada a orillas del río Primero, la circundan variadas y deliciosas perspectivas, y la disposición artística de la ciudad misma no es sobrepujada ni por la capital del país, Buenos Aires.
"La Alameda, o paseo público, está adornada con un lago artificial circular, que cubre una superficie de varios acres, en el centro del cual se ha construido una pequeña glorieta, libre para todos los que vienen. Se llega hasta allí en el único bote, que pasa a ser de propiedad de los paseantes que han podido tener la dicha de posesionarse de él, y como la capacidad de la glorieta es apropiada sólo para la comodidad de seis u ocho personas a la vez, aquel único medio de transporte origina frecuentes disputas por uno y otro lado. Sin embargo, cuando se llega al sitio, el paseante es compensado de su agitación con un mate que sorbe en el fresco de la tarde, sobre una isla artificial. El contorno del lago está bordeado por un soberbio camino enarenado para paseo, y todo el conjunto está encerrado en el tupido follaje de esbeltos y bien dispuestos árboles.
"La provincia es célebre por la abundancia y calidad de sus lanas y pieles de cabra, formando las primeras el principal de sus productos naturales.
"Los muchos recursos naturales de comodidad y riqueza que se pueden encontrar en la Argentina, la vuelven un lugar digno de ser habitado. Su clima encantador, sus numerosos ríos, la fertilidad de su suelo y sus frutos naturales, su ganado salvaje y sus caballos que se cuentan por millares, sus productos minerales y su cómoda posición en relación con los dos grandes océanos del mundo, le dan ventajas que, bajo un gobierno de orden, que hiciese conocer sus recursos en lugar de encadenarlos, tal vez no sería sobrepasado por ningún otro país del globo".

John Anthony King, Veinticuatro años en la República Argentina (1817-1841), Buenos Aires, Claridad, 2013, pp. 122, 231, 233, 235 y 236


John A. King nació en 1803 en Nueva York. Arribó a Buenos Aires con 17 años, sin dinero, empleo, amigos ni conocimiento del idioma. King aprendió el castellano trabajando en la perfumería de un matrimonio francés. Luego se enroló en la carrera militar, combatió a las órdenes de Francisco Ramírez hasta su muerte, sirvió a las órdenes de Bustos y luchó contra los realistas en el Alto Perú. De regreso a la Argentina, se instaló en Córdoba, moviéndose en círculos próximos al general Paz. En 1841 regresó a su país natal y, cinco años más tarde, se publicaba en Londres 'Veinticuatro años en la República Argentina'.