El Teatro de la Ópera de Buenos Aires
 
En el Buenos Aires de fines del siglo XIX se realizaban innumerables beneficios en sus más importantes coliseos. Tal es el caso del efectuado en el aristocrático Teatro de la Ópera el 27 de abril de 1880, donde el noble arte de la esgrima estuvo presente. El Correo Español dice que fue un éxito rotundo la fiesta que llevó a cabo el Batallón Maipú a beneficio de la caja del cuerpo y para el sostén y equipo del mismo. Agrega:
“Empezando por la tradicional cazuela, que a las ocho de la noche estaba completamente llena, era aquello una reunión de bellezas y elegancia, en cuanto al bello sexo, de notabilidades y selecta juventud en cuanto al barbudo”.
Formada la compañía de voluntarios en el palco escénico, al levantarse el telón, se presentó al público en número de más de cien jóvenes uniformados, estando los demás repartidos en las localidades del teatro; sus jefes los señores Gómez y Boneo ocupaban sus puestos respectivos al pie de una estatua de la Justicia custodiada por cuatro voluntarios armados y un piquete formado en dos alas al pie de las gradas del monumento.
En el asalto de armas, florete y sable, los jóvenes Molina, del Maso, Oliver y Nevares fueron muy aplaudidos.
Las obras puestas en escena fueron El Arcediano de San Gil y Un ente singular. En éstas participó personal de dicho cuerpo de voluntarios. El anciano doctor Albarellos hizo cantar a su guitarra; Moyano cantó una romanza con sumo gusto; el joven Palazuelos con su violín acompañado de piano por su señor padre, fue muy aplaudido. La overture, obra del joven artista argentino Zenón Rolón, que obtuvo la medalla de oro en el Conservatorio de Buenos Aires y que durante su permanencia en Europa mereció premios idénticos de escuelas italianas, fue ejecutada a toda orquesta.
La brillante gala contó con la presencia del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y de los principales miembros del partido liberal. El pueblo de Buenos Aires mostró en esa noche una vez más su simpatía por los cuerpos de voluntarios y la causa que sostienen.

Fuentes: “Interesante función”, El Correo Español, Buenos Aires, 26 y 27 de abril de 1880, Gacetilla, p. 2; “Beneficio en la Ópera”, El Correo Español, Buenos Aires, 29 de abril de 1880, Gacetilla, p. 2


En aquella época los milicianos porteños que seguían a Tejedor combatían contra los partidarios de la capitalización de Buenos Aires.

En el verano de 1880 el Teatro de la Ópera no tenía rival en Buenos Aires y, añadiendo al lujo y elegancia de su sala, la distinguidísima concurrencia que asistía los sábados y domingos, la Ópera se convirtió en el principal coliseo de Buenos Aires.
En las noches de Carnaval abría sus puertas para los bailes de máscaras. Contaba con una gran orquesta integrada por los mejores profesores de Buenos Aires, dirigida por el maestro F. G. Guidi. Otros coliseos porteños donde se daban dichos bailes eran el Politeama Argentino, Variedades, Alegría, Skating-Rink, Circo Nacional, El Dorado y Victoria.

Véase: “Teatro de la Ópera”, La Tribuna, Buenos Aires, 23 de enero de 1880, Correo del día, p. 1


El primer Teatro de la Ópera, ubicado en la calle Corrientes, entre Suipacha y Esmeralda, se inauguró el 25 de mayo de 1872 al poner en escena Il Trovatore, de Verdi. Edificado por iniciativa del visionario empresario Anacarsis Lanús, quien suscribió el contrato de construcción con el empresario Antonio Pestalardo, su propietaria era Benigna del Mármol de Lanús. Demolido en 1882, el empresario Roberto Cano lo reemplazó por otro que fue una verdadera obra de arte pero que también desapareció pues en su lugar está el actual Teatro Ópera Citi.
Cano, dotado de una exquisita cultura musical y de un espíritu emprendedor, había adquirido el teatro a su suegra, pues se había desposado con Benigna Lanús. Proyectado por el arquitecto Julio Dormal, el segundo Teatro de la Ópera recordaba la Ópera de París –sobre todo por la embocadura de la escena y por la estupenda araña central–, su acústica provocaba el asombro y los elogios de las personalidades extranjeras. Las obras se iniciaron en 1886. Se aprovechó el gran espacio existente entre la vereda y el teatro primitivo. Primero se construyó el inmenso vestíbulo de donde arrancaba la enorme escalera de mármol. Entrada espectacular a la bellísima sala. Palcos, plateas, antepalcos, corredores, el fumoir –una maravilla artística–, los camarines, todo fue controlado estrictamente por el dinámico empresario.
Se adquirió un equipo costosísimo de electricidad con usina propia. Fue el primer teatro de Sudamérica que tuvo alumbrado eléctrico. Durante años la usina del teatro suministró luz eléctrica a la calle Florida con motivo de las fiestas patrias. También fueron encargados a Europa los cortinados en grueso terciopelo, con bordados e incrustaciones, como asimismo el lujoso telón. Un pasadizo secreto comunicaba la mansión de la calle Cuyo (hoy Sarmiento) de los esposos Cano con un palco avant scéne del teatro, que por su tamaño y confort era un verdadero departamento. Fue el primer teatro de Buenos Aires dotado de antepalcos.
La obra finalizó en 1889. El Consejo Deliberante propuso el nombre de Teatro Cano, honor que fue declinado por su dueño. El Teatro de la Ópera tenía una superficie de 2500 metros cuadrados, capacidad para 2000 personas y el número de sus butacas de platea era de 423. Para casos de incendio contó con una abundante provisión de agua, servida por 48 llaves de incendio, un gran depósito de agua de 250 metros cúbicos, y el correspondiente telón metálico.
Se inauguró el 16 de mayo de 1889 con Mefistófeles, de Bolto, con la Theodorini, Masini y Wullmann, dirigida por el maestro Mancinelli. Allí cantó Caruso en 1899, 1900, 1901 y 1903, también dirigió la orquesta el maestro Toscanini.
En ese entonces la concurrencia a las noches de abono en la Ópera era precedida por un verdadero ritual. En horas de la tarde se observaba un gran desfile de peluqueros por las mansiones de Buenos Aires. La concurrencia a la Ópera era toda una imposición social. Gastón F. Tobal, en su obra De un cercano pasado, destacó que el gran Teatro de la Ópera significó una muestra más del orgullo local. Aquel autor, en una sentida descripción del teatro señaló:
“Los que hemos conocido aquel coliseo, no olvidaremos el teatro suntuoso, el artesonado de su techo, su magnífica araña, sus hermosas pinturas, y el adorno finisecular de sus palcos, donde lucían noche a noche, las beldades de entonces y con las que alternaban los porteños de más fuste, y los políticos más destacados, que eran señores ante todo”.
Los espectáculos en la Ópera comenzaban a las ocho y media de la noche y era habitual la larga hilera de coches a caballo haciendo pacientes colas para depositar en la entrada del teatro a los habitués.
Ciento cuarenta y dos años después, en estos tiempos modernos, el arte continúa vigente en el mismo solar con el nuevo Teatro Ópera Citi, y los empresarios teatrales pueden decir: ¡A vino nuevo, odres nuevos!

Véase: PEDRO EDUARDO RIVERO, Caruso en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Estudios Avanzados, 1994, pp. 40-44


En la reproducción fotográfica vemos el primer Teatro de la Ópera.