El compadrito
 
El Diario dice que el compadrito es una parodia del gaucho; vago, bebedor, pendenciero y mujeriego incorregible, confluyen en él todos los vicios del género humano. Sobre este tipo social, el vespertino hace el siguiente análisis:

“Elemento que subsiste pero que, como la forma poética y los paquidermos, tiende a extinguirse fatalmente, no dejando tras sí más que recuerdos vagos en las crónicas policiales.
“Hasta no hace muchos años el compadre reinaba en barrios centrales, luciendo su figura petulante y pintoresca en todas partes y multiplicándose prodigiosamente en tiempo de elecciones. [...]
“El compadre no ha sido ni es un tipo genuinamente criollo, de abolengo argentino. Por lo regular es hijo del inmigrante de más baja extracción que, enamorado de nuestras leyendas camperas, y tomando de ellas lo peor, trata de convertirse por sus compadradas en un Moreira o en un Juan Cuello.
“Y no es que conozca a los héroes populares por lecturas más o menos fidedignas, ya que por lo regular el garabito es analfabeto e inculto hasta la exageración. No. Las únicas noticias que de nuestros gauchos ha tenido, han sido a través de las representaciones teatrales del Circo Anselmi y similares. Cree, pues, el compadre que el gaucho era un malevo a quien la policía le tenía ‘rabia’, y que para mantener su fama de hombre guapo tenía que hacer dos guarangadas por lo menos, cada día. En una palabra, más gaucho es para él El Chacho o Facundo que el Santos Vega, de Ascasubi.
“Y ya que las costumbres le vedaban vestir a lo paisano, esperaba con loco júbilo el carnaval, para endosarse la dominguera indumentaria del Moreira de circo, gaucho ‘Fix’, tan lejos de la realidad y de la verdad. Aun hoy los centros criollos no son otra cosa que una evolución colectiva del Moreira carnavalesco de hace quince años.
“Las prendas de vestir del compadre no han variado gran cosa en el correr de los años. Hay que reconocer, por otra parte, que su sencillez no puede admitir tampoco grandes reformas: chambergo, saco, pantalón, una camiseta a rayas y pañuelo de seda o lo que sea le bastan y le sobran casi. [...]
“Pero lo que más ha distinguido siempre al compadre es su lenguaje afectado, de pintorescos giros y salpicado de caprichosas figuras y tropos. Para su formación, se ha surtido abundantemente en el bajo madrileño, el napolitano y algo del francés. Claro está que no hablamos del lunfardo, especie de argot de cárcel incomprensible para el no iniciado. [...]
“El compadre, a pesar de sus desplantes, sus amenazas y sus dagas, es cobarde. Todo se le va en palabras y posturas. Prueba de ello es el terror cerval que los ‘niños bien’ le causan.
“-¡De araca!- dice en su culto lenguaje. Las van de box y nos amuran, -lo que en romance vulgar significa que el ejercicio físico no le merece ninguna simpatía.
“Además de sus bravatas, cree el compadre que está en el mundo sólo con la misión de rendir corazones sirvientiles. Enamorar a la china y sacar de su pasión todo el provecho pecuniario posible constituye su más caro y puro ideal. [...]
“El compadre se ha retirado a los suburbios y rara vez baja al centro, no por asco a la civilización, sino por temor a los puños de los ‘niños bien’. Es lo único que a estos últimos debemos agradecer.
“En los Corrales tiene el compadre ancho campo para sus hazañas y aun se oyen allí sus peculiares canciones”.

Concluye El Diario su artículo con un delicioso fragmento de una payada compadre de contrapunto, donde el compadrito elogia sus principales “virtudes”: valor, inteligencia, y creatividad para componer versos.

“El compadre”, El Diario, Buenos Aires, Edición extraordinaria de Navidad y Año Nuevo (1912-1913), Segunda Sección. Contiene una ilustración del compadrito y su chica de ocasión.


En cambio, Adolfo Saldías tiene una visión romántica del compadre porteño de 1820:

“Constituía la fuerza principal de tal suburbio [Concepción] esa clase media entre el hombre de la urbe y el de las campañas; o sea el compadre criollo, aventurero y romántico, caballero andante de los arrabales, tan fácil para los amores, entre las voluptuosas cadenas de un pericón, o los acordes de un triste de circunstancias, como para las batallas, desfaciendo entuertos o socorriendo débiles a filo de buen facón en cualquier bocacalle, o batiéndose como soldados de la patria con la sonrisa de los niños y los alientos del héroe”.

ADOLFO SALDÍAS, Páginas literarias, Buenos Aires, La Facultad, 1912, p. 74


La fotografía muestra a un compadrito de 1920, figura típica de los cabarets porteños.