Una mujer duelista: la mayor de caballería de auxiliares del ejército Ignacia Ruiz
 
“El mayor Ignacia Ruiz, a quien en el ejército mexicano se daba el nombre de la Barragana, no había nacido por cierto dueña de un trono como Semíramis, reina de Asiria; Camila, reina de los valseos; las Artemisas; Zonobia, reina de Oriente, o Victoria, la célebre romana que fue emperatriz de Occidente, con cuya circunstancia y poco trabajo podría haber dejado su nombre en la historia. Su origen era de tan modesta condición como el de Juana de Arco, aunque después vivió y accionó muy diversamente. Sus talentos militares no eran de aquellos que le hubiesen conquistado el título de Gran Capitán, como lo obtuvo la reina Blanca de Castilla, después del célebre sitio de Bellesmes en que manifestó tanto valor como tacto.

“Cuando ardía en su mayor fuerza la guerra civil de México de 1857, tomaron parte muchísimos ciudadanos que armaban por cuenta propia pequeños cuerpos de caballería que combatían como guerrilleros al enemigo. Aquellos que luchaban a favor de la reforma, es decir, los liberales, fueron conocidos con el nombre de chinacos. Eran algo cosacos. No llevaban uniforme, usando con más o menos lujo el pintoresco traje del ranchero mexicano.

“Una de esas guerrillas de chinacos, la mandaba un titulado capitán Velarde, hombre como de treinta y dos años. Consiguió reunir unos ciento cincuenta hombres, que los tenía bastante bien instruidos en la táctica, no permitiéndoles excesos de ningún género, con lo que consiguió que el Gobierno le diera sus despachos de capitán de auxiliares del ejército, y facultad para obrar hasta cierto punto independientemente.

“Se presentó Velarde llevando consigo una paisanita como de dieciocho años: era el tipo hermoso de la mexicana de sangre mezclada, predominando el origen español.
“Cuando todos estuvieron presentes y formados en línea, se paró Velarde delante de su tropa y presentando a su china, dijo con acento firme:
“–Compañeros, esta moza, Ignacia Ruiz, forma parte de la guerrilla y es mi compañera; me parece por demás recomendarles que me la respeten.
“Así debió ser, pues la Barragana aseguraba siempre que mientras vivió su Velarde no hubo hombre que se le atreviera a hablarle de cosas de amor, ni andarla en requiebros; que después la dejaron tranquila porque ella se había mostrado hombre con los atrevidos.

“Hacía ya como un año que el ejército francés estaba en territorio mexicano, y todo había andado bien, pero en un combate que tuvo que sostener Velarde contra un escuadrón de cazadores de África, fue vencido quedando tendido y sin vida en el campo de la lucha.
“Al rayar el alba estaban formados los restos de la compañía; pasóse lista como de costumbre, y cuando ésta hubo terminado apareció a caballo la Ignacia montada como para el combate, y rayándolo frente al centro de la línea, dirigió su mirada de un extremo a otro.
“–¡Soldados de la patria, valientes mexicanos!, dijo con voz vibrante; ayer ha sido un día aciago para nosotros y cruel para mí: no sólo nos dio la espalda la suerte, sino que el destino se ensañó contra el heroico Velarde, llevándolo de entre los defensores de la República, que tanto necesita de los buenos. Anoche ha dicho alguien entre nosotros, que tendremos que disolvernos a causa de este infortunado revés, puesto que este valiente escuadrón carecía ya de jefe. Yo afirmé que eso no podría ser, pues aún no ha terminado la guerra, y todavía hay que dar muchos combates para vengar a los patriotas que han sucumbido en la lucha y restablecer nuestras instituciones libres. Aquí estoy yo, a quien ustedes han visto pelear como el mejor entre los valientes, y me siento capaz de guiarlos lo mismo que Velarde. No creo que los compañeros de él se nieguen a servir a mis órdenes mientras yo les dé pruebas de que valgo tanto como el más pintado, pero si hay alguno que se cree con más títulos y que se considere más hombre, que salga al frente y cruce sus armas conmigo... si me vence que sea vuestro comandante.
“No solamente no tuvo competidor, sino que todos a una la vivaron proclamándola jefe de la compañía. Nunca se arrepintieron del paso que habían dado, pues la Ruiz resultó ser un magnífico guerrillero, con tanta prudencia como valor, y tanta actividad como astucia”. [...]

EDELMIRO MAYER, Campaña y Guarnición. Memorias de un militar argentino en el ejército republicano de Benito Juárez, Buenos Aires, Editorial Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, 1998, p. 97-100