Caruso en la Argentina
 
La Argentina fue el primer país de América que tuvo el privilegio de deleitarse con la voz de Enrico Caruso. Ello aconteció en 1899 en el Teatro de la Ópera. Luego volvió en 1900, 1901, 1903, 1915 –cuando realizó una breve pero intensa gira que abarcó las ciudades de Rosario, Córdoba y Tucumán– y en 1917; en dichas oportunidades participó en 135 representaciones líricas y en 18 conciertos. Su repertorio operístico incluyó 22 óperas, de las cuales estrenó para el público porteño Fedora, Saffo, Iris, La Reina de Saba (de Karl Goldmark), Yupanqui, Germania, Adriana Lecouvreur y Lodoletta. En total, Caruso convivió entre nosotros 546 días.

La Argentina ocupó el tercer lugar en relación con el número total de participación en representaciones líricas: 861 en Norteamérica, 282 en Italia y 135 en nuestro país. En lo concerniente al número de su participación en recitales y conciertos, la Argentina ocupó el segundo lugar con 18. Por último, en lo que respecta al repertorio operístico abarcado por Caruso, lo encabezó Norteamérica con 37, seguida por Italia con 36 y, en tercer lugar, la Argentina con 22 óperas. Fuera de su Italia natal, Rusia y Buenos Aires consagraron mundialmente a Caruso. El 7 de julio de 1899, luego de poner en escena La Reina de Saba, el prestigioso matutino La Nación profetizó: “Caruso, el tenor de la voz preciosa, el gran Caruso, como tal vez se dirá algún día, cantó deliciosamente su romanza del segundo acto, y también hubo de repetirla”.

El propio tenor, reconoció su consagración mundial en Buenos Aires. En efecto, a las pocas horas de arribar a nuestro país en 1915, en una entrevista que le concedió a un crítico del diario La Argentina, se entabló entre ambos este significativo diálogo:

“-¿Qué impresión siente al llegar usted de nuevo a Buenos Aires después de tantos años?
“-La de cumplir con un deber. Buenos Aires me consagró. Siento una inmensa satisfacción en ofrecer a la bella ciudad del Plata todo lo que creo tener de bueno. Quisiera cantar aquí como nunca he cantado para pagar la deuda de gratitud que tengo contraída con esta ciudad”.

¿Cómo fue la voz de Caruso? Nos lo dicen sus discos, más allá de las notorias limitaciones del sistema de grabación acústica. En su primera etapa, una voz purísima y brillante como una gema. Más tarde, progresivamente, un órgano vocal de acrecentada robustez y timbre áureo, siempre denso y aterciopelado, con reflejos casi baritonales y un volumen acaso superado por el de su antecesor Francesco Tamagno, el creador del Otello verdiano. Afirmamos la supremacía de Caruso sobre los restantes tenores de la época porque restituyó expresión a la ópera tradicional italiana y recortó desbordes y desplantes excesivos en aquella escuela cuyo realismo amenazaba, a la larga, con desacreditarla. Éste, entre otros, es el gran aporte estético de Caruso al arte del canto.

Por su parte, el historiador y crítico Horacio Sanguinetti destacó: “La irrupción de Caruso marca el hito del siglo: se cantaba antes de un modo, se cantará luego de otro. Lo anterior es arcaico, mientras que hoy Domingo y Pavarotti siguen las huellas trazadas por el gigante napolitano”.

Sabemos que en 1899 y en 1900 Caruso se alojó en el Splendid Hotel, ubicado en Avenida de Mayo y Lima. En las temporadas de 1915 y 1917 se instaló en una suite del Plaza Hotel y acostumbraba realizar agradables caminatas por la calle Florida. Frecuentó desde 1899 la casona de su tío Liberto Baldini, hermano de su amada madre, y se encariñó con su sobrino Roque, hijo de su prima hermana Sara y de Manuel Aulitta y del cual fue padrino de confirmación.

Disfrutaba sus paseos en carruaje por la ciudad y entabló sincera amistad con Vicente di Nápoli Vita, Arturo Berruti, Enrique Larreta, Carlos Morra, Susana Torres de Castex y Pedro Barrera, entre muchos otros. Apasionado por la pintura recibió clases del eximio paisajista y retratista Felipe Galante y bajo la atenta supervisión de Angiolo Tommasi realizó un óleo del atractivo Lago de Palermo.

Caruso poseía genialidad, no virtuosismo. Igual que a los grandes, al artista napolitano se lo divinizará en vida. En esa singular condición, el divo tuvo pleno conocimiento de su valor. Tanto más que él mismo, dotado de ese espíritu a toda prueba que se nutrió a cachetazos, supo poner distancia entre él y el mito. Prueba al canto: Caruso se autocaricaturizó.

La creación artística no es obra de orgullo, de vanidad o de ambición. La creación auténtica, verdadera, es obra de amor y de humildad. Es el premio de la inocencia maravillada y entusiasmada. Apliquemos a Caruso el bello pensamiento del filósofo Michele Sciacca: “Yo quisiera que mi vida fuese un canto y no un discurso”.

Su voz incomparable se hizo escuchar en varios países latinoamericanos: La Argentina, Uruguay, Brasil, México y Cuba. De no haber surgido inconvenientes de naturaleza múltiple, otros países hermanos habrían apreciado las cualidades del artista napolitano: Chile en 1899 y Puerto Rico, Venezuela y Perú en 1920. Al parecer, la gira que le propuso a Caruso el empresario Bracale en 1920 abarcaba otros países latinoamericanos, además de los mencionados precedentemente. En una carta que le envió el divo a su esposa Dorothy, fechada el 19 de mayo de 1920 en el Hotel Sevilla de La Habana, Cuba, escribió: “Bracale se halla ahora conmigo, y me habla del Perú, Venezuela, Puerto Rico y otras ciudades y países, y temo que me haga perder mucho tiempo, porque tú sabes de qué forma los empresarios se esfuerzan por convencer a los artistas”.

La fatiga y las consiguientes terribles cefalalgias no permitieron la gira en 1920. Con respecto a Chile, en 1899, la travesía era harto dificultosa en ese entonces. Es de lamentar, sinceramente, que dichas giras no se realizaran.

Véase: PEDRO EDUARDO RIVERO, Caruso en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Estudios Avanzados, 1994, pp. 25-31.



Caruso en Buenos Aires (1915)