Drags porteños
 
En la fragante tarde del domingo 16 de noviembre de 1902, el local de la Sociedad Hípica Argentina, en Palermo, se abría en toda su extensión engalanado de fiesta. Era el “Día de los Drags”, el espectáculo hípico organizado bajo los auspicios de una comisión de distinguidas damas a favor de la Liga de Protección a las Jóvenes y del Asilo de Villa Devoto. Para nuestro público significaba una fiesta de caracteres nuevos y exóticos. En París y Londres, estos espectáculos estaban dentro del programa de las fiestas mundanas anuales de mayor prestigio y su realización constituía acontecimientos de los que se ocupaban extensamente las crónicas elegantes de los periódicos. A ellas acudían los miembros de las más alta nobleza y los representantes de las primeras fortunas a lucir las magníficas yuntas y attelages de sus caballerizas. Ponían en ello mucho de amor propio, y el que después del torneo se presentaba en el Hyde Park o en el Bois de Boulogne, en su four in hand ostentando el primer premio, se convertía en el hombre del día y agregaba a su blasón social un timbre más de honor y triunfo. Sucedió lo mismo cuando se establecieron los drags entre nosotros.

La esquina de Callao y Alvear se había designado como punto de reunión para los inscriptos en el drag (desfile de attelages a quatre). Escoltados por un gran número de curiosos y ocupados por elegantes damas, a las dos y cuarto de la tarde partieron los mail-coaches y breacks de chasse de Enrique Green, Vicente L. Casares, Tomás E. de Anchorena, Carlos Luro, José Agustín Pacheco Anchorena, barón Peers, Agustín de Elía y Nicolás Mihanovich. Estos atalajes podían competir en lujo y elegancia con los mejores que se presentaban en el derby de Londres o en los grandes premios de Longchamps. Su desfile y llegada a la Sociedad Hípica y los parcours de chasse fueron las dos notas más interesantes de la fiesta de caridad. Flameaban largos gallardetes en la extensión abierta; algo retiradas, las bandas de música de la Policía y del 10 de Infantería se turnaban casi sin intervalo; más cerca frente a la tribuna, la orquesta de los cíngaros ejecutaba su concierto; fluía bullicio de todas partes y el sol ponía reflejos de metales en fusión en cascos y corazas del Regimiento 9° de Caballería-Escolta, que había asistido en uniforme de gala a rendir los honores al presidente de la república.

Tras la llegada de los mail-coaches, se dio comienzo a los parcours de chasse, sucesiones de obstáculos salvados a la carrera y en los que los jinetes demuestran su destreza, su dominio sobre la cabalgadura, briosa a veces, pero siempre obediente bajo la mano firme que la guía y la sujeta. Había barreras que salvar, empalizadas, zanjas, puentes y en ellas hubieron felices pruebas consagradas por el aplauso espontáneo que tributaba la enorme concurrencia. El gran parcours de chasse internacional se realizó con arreglo a las condiciones siguientes: los jinetes debían salvar primero un tronco de árbol colocado a un metro de altura y enseguida un muro de ladrillos; luego abrir la puerta de un corral, cerrarla, entrar a éste y salir por otra puerta, que también debía quedar cerrada; más tarde saltar una valla, luego dos cercos a pocos metros uno del otro, tres troncos de árbol separados entre sí por una distancia de cinco metros, vadear un arroyo de ocho metros de ancho y cerca de uno de profundidad, saltar un obstáculo, pasar por un puente, construido sobre un arroyo simulado y por fin saltar una zanja con agua. La prueba resultó tan larga como difícil, y aún cuando en general los caballos presentados evidenciaron una educación perfecta, pocos hubo que lograsen terminar los diversos ejercicios con irreprochable limpieza, el ochenta por ciento o rozó algún obstáculo o rehusó vadear el arroyo. Diecisiete competidores tomaron parte en este concurso que servía como entrenamiento para las cacerías hípicas; su resultado fue el siguiente: Primer premio, barón Peers, con el caballo Cóndor; segundo, F. Zeballos, con el caballo Cola; tercero, alférez Páez, con Pebete; cuarto, teniente Eduardo Avellaneda, con Gualicho; quinto, teniente A. Lamadrid, con Pulmari; sexto, teniente Castro Biedma, con Atila. También se efectuó un concurso de coches donde presentaron milords los señores Dalmiro Varela Castex, Emilio de Anchorena, Federico de Alvear, Esteban Riglos, Héctor Varela Castex y J. A. Menditeguy.

Finalizó la fiesta con un match de polo entre los celestes y los blancos, quienes se llevaron la victoria. El primer bando estaba integrado por el señor H. Schwind (back), el comandante Isaac de Oliveira Cézar, el capitán A. Herrán y el teniente Lamadrid; el barón Peers (back), los señores H. F. Sanderson, Norberto Láinez y C. F. Mendi componían el segundo equipo; el competente sportsman J. Robson actuó como juez de polo. El juego fue vigoroso, notándose buenos ataques por ambas partes y una eficaz defensa del goal de los blancos, cuidadosamente defendido por el barón Peers. Por la noche, los caballeros que tomaron parte en los drags se reunieron en un banquete, que se sirvió en el Pabellón de los Lagos, festejando así el feliz resultado de la fiesta hípica.

La reunión hizo época en nuestras fiestas al aire libre. La venta del bazar de caridad estuvo a cargo de señoritas de nuestras principales familias, luciendo, con la elegancia que las caracteriza, las más vaporosas, multicolores y originales toilettes de primavera. Asistieron el presidente de la república, general Roca, el Ministro de Guerra, coronel Ricchieri, y muchos otros caballeros de significación. Los diplomas que acompañaron al gran premio de honor ofrecido por el presidente de la república -un jockey a caballo de bronce- y al ofrecido por el Ministro de Guerra, llevaron autógrafos de los donantes.

Para entender mejor este deporte conviene reproducir un artículo aparecido en el décimo suplemento semanal ilustrado de La Nación:

“El ‘parcours de chasse’ es de origen francés, siendo la celebración de él en Francia un verdadero acontecimiento social, que se verifica fijamente el 9 de noviembre durante los ‘drags’, concurriéndose a esta fiesta en breacks o mail-coachs lujosamente atalajados a cuatro caballos, lo que le da un carácter verdaderamente grandioso, pues toda la aristocracia francesa concurre al espectáculo con los mejores productos de sus caballerizas.
“El traje indicado por la moda para los caballeros que toman parte en un ‘parcours de chasse’, es pantalón de montar blanco, jaquet o levita encarnado y sombrero de felpa.
“El fin que se propone este nuevo sport, es presentar al jinete las dificultades que tendría que vencer durante una caza de zorro o ciervo, pues en el ‘parcours de chasse’ se simulan todos los obstáculos que el cazador encuentra en su camino en una cacería verdadera. Dicho se está que para tomar parte en sport tan arriesgado, es preciso que el jinete tenga seguridad en su caballo, y que esté dispuesto a afrontar los peligros, que aunque imitados se le presentan en la pista, como ser: paso de un arroyo que tiene ocho metros de ancho, salto de un muro, paso de un puente, entrada en un corral, y salto sucesivo de varios troncos de árbol, que se supone atraviesan un camino por donde el jinete debe forzosamente cruzar.
“Como podrá juzgarse por lo expuesto, el ‘parcours de chasse’ resulta un espectáculo interesantísimo, pues él da lugar a mil incidentes imprevistos y que hacen que el espectador se interese vivamente en su desarrollo.
“Para premiar a los ganadores de este concurso, la Sociedad Hípica ha tenido la feliz ocurrencia de pedir a algunos artistas residentes en Buenos Aires, que dibujen los diplomas que habrán de otorgarse a los que concurran, contando desde ahora con las firmas de Lambrecht, Steiger, Melina, y otros. Además de esto, el ganador recibirá una medalla de oro y el título de campeón del ‘parcours de chasse’”.

Sobre aquellos drags, Caras y Caretas opinaba lo siguiente:

“Tanto más simpático resulta el nuevo género de sport en la Sociedad Hípica, cuanto que han sido desterrados los premios en dinero, los alicientes del juego y del azar, para dejar sólo en pie varoniles estímulos de hombres ágiles y fuertes que se disputan el éxito de difíciles ejercicios, con el fin de obtener por toda recompensa un diploma, un objeto de arte y la sonrisa de las damas que aplauden”.

Fuente: HERNÁN A. MOYANO DELLEPIANE, “Otras cacerías del zorro en los pagos de la Costa y Las Conchas”, Revista Cruz del Sur [ http://www.revistacruzdelsur.com.ar ], n° 5, Buenos Aires, noviembre de 2013, pp. 187-193


Nuestra ilustración lleva el siguiente epígrafe: “El barón Peers”, Caras y Caretas, n° 211, Buenos Aires, 18 de octubre de 1902. Caricatura de José María Cao del iniciador y gran impulsor de la cacería del zorro en la Argentina.