Un gaucho entre cosacos, por la Lic. Andrea Manfredi
 
Sabido es que los argentinos estamos diseminados por el mundo pero esto no es un fenómeno que comenzó a fines del siglo XIX, principios del siglo XX, ni mucho menos. Ya unos cuantos años atrás, muchos de nuestros compatriotas “armaron sus valijas” y se dirigieron a nuevas tierras, incluso lejanas. Y este fue el caso de Benigno Benjamín Villanueva o Villanokoff, su nombre en ruso, quien luego de viajar de un país a otro como “llevado por el viento”, terminó sus días en la helada Rusia con el cargo de Jefe de Caballería del Ejército Imperial del zar Alejandro II; ni más ni menos.

Este intrépido personaje nació en Buenos Aires, más precisamente en el barrio de San Nicolás, en 1815, y desde muy joven sintió inclinación por las armas mientras que los estudios nunca fueron de su interés. Es así que el incidente que tuvo veinte años después le vino como “anillo al dedo” al discutir con un ocasional contrincante en el “Café de los Catalanes”, contiguo a la iglesia de la Merced. La causa: un cigarro que aquel llevaba en el bolsillo de su chaqueta; el motivo: su adversario se negó a pagar la apuesta y encima… ¡se puso bravo! El duelo en el que se batieron terminó tras el paredón de la Merced, con la muerte de su oponente. Como castigo fue destinado al Ejército, y desde ese momento, comenzaron sus aventuras. Formó parte de la División del Sud, sirvió a las órdenes de Oribe y Pacheco en el sitio de Montevideo para luego pasar al bando contrario, entablando amistad con Bartolomé y Emilio Mitre. Inmediatamente después, el general José María Paz lo nombró ayudante, cuando partió hacia Corrientes para formar un ejército con el que tomó parte en la batalla de Caaguazú en 1841. Tan brillante fue su actuación que en sus memorias aseguraba que Villanueva era un “joven de un talento muy despejado”; cualidad que también elogió Garibaldi, afirmando que fue el primer hombre táctico que había conocido en América. Pero Villanueva era muy inquieto por lo que, cuando el general Paz fue llamado a Montevideo para hacerse cargo de su defensa, abandonó el ejército unitario para emigrar al Brasil. Su estadía no fue muy larga ya que al poco tiempo partió rumbo a Méjico a combatir contra los norteamericanos que buscaban adueñarse de Nuevo México y California, allá por 1847. Ese mismo año, cuando los mexicanos capitularon ante las tropas estadounidenses, se trasladó a California, atraído por el descubrimiento de oro, donde abrió una tienda de comestibles. Con el capital reunido rumbeó a España y allí estableció relación con el general Juan Prim y Prats, jefe del partido progresista.

En 1853, al estallar la Guerra de Crimea, nuestro valeroso e incansable compatriota partió a esos pagos encabezando una comisión observadora, tarea que el gobierno del general Prim le había encomendado. Pero no sólo fue observador sino que también colaboró en la ubicación de la artillería turca sobre el Danubio en la batalla de Sínope. Pero aquello que veía no le convencía. Es más, le parecía injusto que los rusos lucharan solos ante la alianza entre Francia, Gran Bretaña, el Reino del Piamonte y Cerdeña, y el Imperio Otomano, por lo que decidió tomar parte por el bando más débil. Y es así como ante la mirada atónita de todos, se pasó al bando ruso. Estos quedaron maravillados ante tan valeroso personaje con su alta estatura y ojos claros que no sólo manejaba varios idiomas sino que también resultó ser un bravo jinete, sumamente hábil en el manejo de las boleadoras y el lazo. Fue incorporado como teniente coronel de caballería y enseñó a “sus cosacos” a bolear y enlazar al enemigo, practicando emboscadas y operaciones de sorpresa, fiel a sus tradiciones. ¿Se imaginan a estos hombres usando boleadoras y lazos como nuestros bravos gauchos?

Sus hazañas lo llevaron a ser admirado por todos y fue así que a la muerte del coronel Ponnekine, además de casarse con su viuda, lo sucedió en el cargo como jefe del Primer Regimiento de la División 31 de Caballería del imperio ruso, adaptando, de esta forma, su apellido a Villanokoff. Siguió participando en varias campañas militares hasta convertirse en una de las primeras figuras del ejército lo que le valió la condecoración del mismísimo zar Alejandro II.

Lo último que se conoce de él es que partió rumbo a Afganistán para sofocar una rebelión y que allí murió, aunque otros historiadores, como Vicente O. Cutolo, sostienen que falleció en Moscú en 1872 a los 57 años de edad. Se dice que al sobrevenir la revolución rusa de 1917, todavía vivían en la capital rusa descendientes directos de este valeroso gaucho que terminó sus días entre cosacos.

Bibliografía:

- Cutolo, Vicente Osvaldo, Nuevo Diccionario Biográfico Argentino 1750-1930, Buenos Aires, Elche, 1985, tomo 7.
- Obligado, Pastor S., “Soldado argentino, general en Rusia”, en: Tradiciones Argentinas, Barcelona, Montaner y Simón Editores, 1903 (texto digitalizado).
- Mitre, Jorge Carlos, “Villanueva, mariscal de Rusia”, La Nación, Buenos Aires, 1980, en: http://www.familiadelaserna.com.ar