En una obra literaria leemos lo siguiente:
A última hora de la tarde, sin embargo, Guillermo tomó un libro que Roberto había pedido a la Biblioteca del pueblo, y pronto quedó sordo y ciego a todo lo que ocurría a su alrededor completamente absorbido por lo que decía dicho libro. Aquel libro trataba de un hombre que había recorrido dieciséis mil kilómetros con dos caballos desde Buenos Aires a Nueva York, rodeado siempre de peligros al acecho: cocodrilos, anguilas eléctricas, vampiros y fiebres. Era la clase de aventuras en las que se esponjaba el alma de Guillermo: un hombre solo, dispuesto a luchar en desigual combate contra las gigantescas fuerzas hostiles de la Naturaleza.
¡Eh! ¡Dame eso! gritó Roberto, quitándole el libro de un tirón, muy indignado, porque le parecía que aquello de que un muchacho como Guillermo leyera su libro y disfrutara con su lectura era cosa que rebajaba su dignidad.
¡Atiza! exclamó Guillermo, todavía encantado por el hechizo del libro. ¡Qué cosas ha hecho este hombre! ¡Y en dos años y medio! ¡Y solo, completamente solo! Fue un verdadero milagro que saliera con vida, ¿no te parece?
Tú calla y no te metas en lo que no te importa dijo Roberto sentándose y enfrascándose inmediatamente en la lectura del libro.
Guillermo no quedó en absoluto desconcertado por aquel chasco, porque aquella era la manera normal que tenía Roberto de dirigirse a él, y de haberle tratado de otro modo, sólo habría resultado en una mayor confusión para ambos.
Apuesto a que tendría miedo de veras cuando condujo a aquellos caballos por los puentes colgantes, que se balanceaban sobre las gargantas de los ríos siguió diciendo Guillermo.
Roberto, completamente absorto en la lectura del libro, ni respondió siquiera.
Guillermo pasó el final de la tarde en una especie de ensueño. Aquella era la aventura hecha a su medida: Atravesar dieciséis mil kilómetros de desierto y selva virgen, rodeado de peligros por todas partes, él solo, acompañado únicamente de sus fieles caballos. Ya empezaba a parecerle que había sido él y no el autor del libro, quien había realizado la hazaña. Y, a fin de cuentas, si una persona la había realizado, también podía realizarla otra persona. Dos años y medio. Bueno, eso no tenía importancia. Mejor. Si él estaba ausente dos años y medio, ello quería decir que no tendría que asistir a la escuela ni a las horrendas fiestas de la señorita Milton los miércoles por la tarde. Aquello sólo ya valía la pena. Compensaba de sobra lo de los dos años y medio. Pues sí, él lo haría. Era una aventura hecha a la medida para él. Naturalmente, habría que reajustarla un poco a la realidad. En primer lugar no podría ir de Buenos Aires a Nueva York por la sencilla razón que, para empezar, ya no estaba en Buenos Aires. Y además, le resultaría bastante difícil conseguir dos caballos. De todos modos, Guillermo no era persona para abandonar un proyecto perfectamente bueno y viable, a causa de unas pocas dificultades iniciales. Tomaría consigo a 'Jumble' en lugar de los dos caballos. Como 'Jumble' no era más que un perrito de raza muy mezclada, no podría ocupar en la expedición el lugar asignado a los dos caballos, pero, de todos modos, le haría compañía. Además él no se molestaría en llevar a cuestas tiendas y mochilas y cosas así. Dormiría en los graneros y bajo los setos, igual que un trotamundos. Precisamente a él le hubiera gustado mucho ser un trotamundos. Cuanto más pensaba en el proyecto, tanto más tentador le parecía.
La cuestión del dinero sería, desde luego, una dificultad casi insuperable, porque en aquel momento sólo disponía de dos peniques y medio, y ni con todo su optimismo Guillermo era capaz de creer que aquel dinero le llevara lejos, pero pensó que, puesto a actuar como un verdadero trotamundos, podría ir mendigando por el camino. Una vez había leído en el periódico que los mendigos, mendigando mendigando, recogían mucho dinero. Hasta había mendigos que se compraban autos. A lo mejor él, cuando regresara a su casa, ya era millonario. Además, como él no sabía montar, tendría que ir a pie, lo cual, en realidad, aún resultaba mejor, porque así podría ir campo a través, o por valles y montañas sin tener que seguir estrictamente los caminos y carreteras del país, cosa que habría resultado imprescindible de haber ido a caballo.
Como estaba visto que no podía ir de Buenos Aires a Nueva York, Guillermo decidió dar la vuelta alrededor del mundo a pie. Sí, daría a pie la vuelta al mundo, acompañado de 'Jumble'. Ya que no podía ir de Buenos Aires a Nueva York, haría eso, que, claro, no era tan importante ni trascendental como lo otro, pero después de aquello era lo mejor. Hasta le pareció que dar la vuelta al mundo a pie era tal vez superior a ir de Buenos Aires a Nueva York.
No sabía cuántos kilómetros tendría que andar para dar la vuelta al mundo, pero estaba seguro de que serían más de los dieciséis mil que había entre Buenos Aires y Nueva York. Y además, como iría andando y no montado a caballo estaría más tiempo del que estuvo el otro. [
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Fuente: RICHMAL CROMPTON, Guillermo y los pigmeos (Título original: William the showman), Barcelona, Editorial Molino, 1981, pp. 238-241.
Se trata de nuestros nobles caballos criollos Gato y Mancha que hasta aparecen en la literatura inglesa mediante la hilarante pluma de Richmal Crompton, escritora especializada en libros infantiles y narraciones de terror que tiene presente a Buenos Aires en sus páginas. Véase: AIMÉ F. TSCHIFFELY,
Tschiffelys ride, Londres-Toronto, William Heinemann, 1933, donde el autor narra en primera persona la odisea que tanto cautivó a Guillermo Brown, el célebre personaje de Crompton. Véase también: RICHMAL CROMPTON,
William the showman, Londres, Newnes, julio de 1937 (primera edición).
Primera edición de 1933, con prólogo de Robert B. Cunninghame Graham
Foto de portada: Gato y Mancha (1931), Óleo sobre tela del vecino de San Isidro Luis Adolfo Cordiviola (1892-1967), Museo Nacional de Bellas Artes (obra no exhibida).