Sobre Cruzadas, cruzados, conquistas y no tanto, por la Lic. Andrea Manfredi
Cuando me refiero a este tema, mi mente refleja inmediatamente la imagen de un grupo de caballeros con sus armaduras relucientes, cabalgando por las áridas y calurosas tierras de Medio Oriente, movilizados por un solo fin: la reconquista de Tierra Santa en manos de los sarracenos (término que la cristiandad medieval utilizó para hacer mención a todos los musulmanes). Sin embargo, mucho se ha escrito al respecto. ¿Realmente fueron estas expediciones movidas por un fin pura y exclusivamente religioso? ¿Estuvieron estos caballeros, casi monjes en el imaginario colectivo, motivados por el amor a Jesucristo? ¿O acaso en esta odisea se jugaron otros intereses?
¿Cuántas Cruzadas hubo? ¿Dos? ¿Ocho? ¿Cien? Es común afirmar que desde el año 1095 hasta el 1291 hubo precisamente ocho cruzadas. Sin embargo, de lo que se trató más bien fue de un flujo constante, un ir y venir de caballeros, señores feudales, reyes, monjes, hombres, mujeres y niños, movidos por diferentes intereses.
En el lapso de esos doscientos años tampoco se utilizó el término Cruzada. Éste es un vocablo moderno que hace alusión a la cruz que los guerreros llevaban en su pecho para diferenciarse de los musulmanes. Por lo tanto, las mujeres cuando les preguntaban dónde se encontraban sus maridos, hermanos o hijos, no respondían con un se fue a las Cruzadas, ni tampoco decía el capataz al referirse a la falta de sus empleados con frases como ahora pelea con los cruzados. No. A las Cruzadas en ese tiempo se las denominaba el camino de Jerusalén, la peregrinación o el camino de la cruz.
Aunque existe un sin número de contradicciones sobre los fines de estas empresas, sólo se las entiende si se las ubica dentro del contexto medieval, una sociedad en la que prevalecía la Fe por sobre todas las cosas. Por lo que, para quien iba a la Ciudad Santa por devoción o con intenciones de liberarla, el viaje tenía valor de penitencia.
La peregrinación expresaba y expresa algo profundamente esencial en la vida del cristiano, un caminar hacia la otra vida. El ponerse en camino indicaba cumplir con el mandato evangélico de despojarse de sí mismo y seguir las huellas del Señor. Es por ello que sin importar la razón que los hubiese movilizado, los cruzados muertos en batalla, por epidemias o cualquier otra razón, eran considerados víctimas santas de la fe.
En el año 1095, el papa Urbano II proclamó a toda la cristiandad en edad de lucha la recuperación de las tierras santas. Y así se pusieron en marcha. Pedro el Ermitaño fue el primero en acudir al llamado papal organizando la conocida cruzada de los campesinos debido a que se trató de una peregrinación espontánea, popular, pero ésta no fue exitosa por lo que se puso en marcha un nuevo ejército organizado, el cual sitió Jerusalén en 1099. Una vez vencedores, los caballeros implantaron el feudalismo, distribuyéndose los distintos dominios y estableciendo ciudades fortificadas como, Edesa, Antioquía, Trípoli, Tiro y San Juan de Acre.
Sin embargo, no todo fue color de rosas ya que para esa época comenzó a destacar el nombre de Saladino, lugarteniente del sultán Nur-ad-in, quien logró ocupar Egipto, deponiendo al califa y dando inicio a un gobierno militar ligado a la Siria musulmana. Gracias a la Batalla de Hattin, en 1187, Saladino emprendió la conquista de todas las plazas fuertes de Tierra Santa: Acre, Nazareth, Cesarea, Sidón y Ascalón, incluyendo a la perla del conflicto: Jerusalén. Así, Tiro, se convertiría en el centro de la resistencia cristiana.
La noticia de la caída de Jerusalén fue primera plana en Occidente, por lo que se organizó una tercera cruzada donde el rey de Francia, Felipe Augusto, el emperador germánico Federico Barbarroja, el rey de Inglaterra, Enrique Plantagenet y su sucesor, Ricardo Corazón de León, se pusieron en marcha. El primero en partir fue Barbarroja a la cabeza de un ejército que estaba perfectamente organizado. Sin embargo, se ahogó en las aguas del Sélef al caer su caballo debido al peso de su armadura, las cuales llegaban a pesar hasta 40kg.
A partir de ese momento, el gran ejército comenzaría a desorganizarse pero luego, la reconquista de la ciudad de Acre generó en ellos la satisfacción del deber cumplido. Por esa razón, muchos de los jefes cruzados comenzaron a preparar las valijas para regresar ya que el cansancio y el deseo de volver los abrumaba. Sin embargo, hubo otros que pusieron el grito en el cielo debido a que el objetivo final era la recuperación de Jerusalén. Así fue como en 1192, Ricardo Corazón de León firmó la paz con Saladino, obteniendo autorización para que los cristianos pudiesen peregrinar a la Ciudad Santa sin temores y contratiempos.
Desde el punto de vista económico, Siria, Palestina, y otras ciudades del Cercano Oriente volvieron a resonar en Occidente. Los centros comerciales de Génova, Pisa y Venecia, habían acudido en ayuda de los cruzados mientras que otros puntos como Marsella, Montpellier y Barcelona establecieron agencias comerciales en el Oriente. La presencia de los cruzados en Tierra Santa permitía a los comerciantes el acceso a los mercados de Levante y sus exóticas mercaderías como especias, perfumes, telas y las magníficas sedas, entre otras. Algunos historiadores coinciden en el hecho de que la cuarta cruzada fue la menos importante si se tiene en cuenta su objetivo: la conquista de los lugares santos, pero puso en evidencia los anhelos económicos, expansionistas y de mercado que caracterizaron aquel período.
El Papa Inocencio III continuó los anhelos de Urbano II de reconquistar Jerusalén por lo que a principios del siglo XIII predicó una nueva cruzada, sin embargo, ésta tuvo problemas desde el inicio. Las fuerzas debían reunirse en Venecia pero los venecianos presentaron una alta cotización en marcos de plata que suponía el transporte de caballeros, escuderos, soldados y caballos, además de los víveres necesarios y por esa razón, al ver que los cruzados no podrían pagar esa suma, les propusieron la reconquista de la pequeña ciudad de Zara, situada en una isla del Adriático, oferta que aquellos aceptaron, desviándose de ese modo de la sagrada causa.
Las cruzadas se volvieron entre cruzados tras el embrollo real que incluyó al emperador bizantino Isaac Comneno, su hermano, su hijo Alejo, y otro Alejo, Alejo Ducas, el cual desencadenó una lucha entre los griegos de la ciudad y los cruzados. Hasta tal punto llegaron los enfrentamientos que se proclamó otro emperador, Balduino de Flandes y de Hainaut, en 1204, dando inicio al Imperio Latino de Constantinopla que duraría hasta 1261. Comenzaba así una era durante la cual el principal objetivo de las expediciones a ultramar sería la ambición de los príncipes y señores, y también de los mercaderes.
Durante el siglo XIII los Papas no cesaron de lanzar llamados a las cruzadas. Los predicadores iban por las ciudades incitando a tomar la cruz para continuar la lucha. Cabe destacar que nadie estaba autorizado a ser predicador sin haber tomado antes la cruz, es decir, sin despojarse de lo suyo para ponerse al servicio de Jesucristo, o en este caso, de la sagrada causa. Además, era imperioso conocer el Corán y tener noción de las enseñanzas de Mahoma.
En 1229 se firmó el Tratado de Jaffa por el cual el sultán de Egipto entregó a los cristianos las tres ciudades santas: Jerusalén, Belén y Nazareth. Sin embargo, este documento no tuvo efecto ya que en 1244, perderían definitivamente la primera. Finalmente, el sultán turco Baibar fue conquistando las fortalezas cristianas. La única que quedaba en manos cristianas era la fortaleza de San Juan de Acre pero ésta también sería tomada por los sarracenos en 1291, cerrándose este capítulo de la historia cristiana medieval.
Dato curioso resulta el hecho de que a mediados del siglo XIII las Cruzadas permitieron restablecer relaciones entre Occidente y el Extremo Oriente, y alcanzar China, residencia del Gran Kan de los mongoles. Estos guerreros tártaros fueron dueños de uno de los imperios más grandes de la historia, extendiéndose desde la península de Corea hasta el Danubio, conquistando civilizaciones avanzadas como la China, Persia y Bagdad así como también, pueblos de Asia Menor y Central. Incluso el imperio turco cayó en manos de los tártaros. Por esa razón, el Papa Inocencio IV se propuso estrechar lazos con los mongoles y si bien la entrevista que obtuvo la misión religiosa con el bisnieto de Gengis Kan fue negativa ya que éste estaba decidido a atacar Occidente, se lograron establecer los primeros contactos con aquellos pueblos alejados y remotos, abriendo camino hacia el Extremo Oriente.
Por los motivos que fueran, las Cruzadas constituyen un apasionante capítulo en la historia no sólo medieval sino Universal. Hombres movilizados por la Fe, la codicia, la ambición, el honor y el poder, emprendieron una misión gigantesca. Un peregrinaje hacia lo sagrado, lo lejano, lo desconocido.
Bibliografía:
Pernoud, Regine, Las Cruzadas, Buenos Aires, Los libros del mirasol, 1964.