El Dr. Antonio Dellepiane, por el Dr. Sandro Olaza Pallero
Antonio Dellepiane nació en Buenos Aires el 29 de octubre de 1864 e inició sus estudios secundarios en el Colegio Nacional y se doctoró en Derecho en la Universidad de Buenos Aires en 1892. Su tesis
Las causas del delito ganó el premio Florencio Varela y fue publicada debido a la aprobación y admiración que causó en las autoridades de la Facultad de Derecho.
Uno de sus profesores opinó sobre él:
Su espíritu metódico y claro domina las cuestiones que somete a su estudio
Laborioso como pocos, se ha hecho tiempo para adquirir, fuera de sus conocimientos jurídicos, una ilustración general que no es común en los estudiantes egresados de las facultades
Antonio Dellepiane es una esperanza para el foro nacional. Se perfeccionó en la Universidad de París.
Fue profesor secundario y de Filosofía del Derecho de 1898 a 1918, en la Universidad de Buenos Aires. Desempeñó funciones públicas como Director del Museo Histórico Nacional y colaboró en la revista
Nosotros, según Manuel Gálvez la aparición de esta publicación fue el advenimiento de los hijos de italianos a las letras argentinas:
Sorprende el número de colaboradores de nombre italiano, entre viejos y jóvenes, ignorados y prestigiosos, que tuvo la revista: Capello, Magnasco, Albasio, Pandolfo, Dellepiane, Corti, Della Costa, Mazzoni, Robatto, Muzzilli
Era el caso de exclamar ¡L'Italia al Plata!, como suele hacerse entre nosotros cuando en algún lugar o institución abundan los italianos o sus descendientes.
En 1918, Dellepiane fue el primer profesor de la cátedra de Sociología de la Facultad de Derecho, durante un año. Personalidades de la cultura nacional e internacional lo elogiaron: Piñeiro, Latzina, Magnasco, Tarde y Lombroso.
En su obra
Rosas afirmó sobre el dictador argentino que su rehabilitación y glorificación no era la única solución posible:
Merced a los acontecimientos europeos, el problema de las dictaduras es de candente actualidad. Su estudio reviste un interés y una utilidad evidentes
Los neodefensores de Rosas ignoran la grandísima imprudencia que cometen al agitar el asunto. La rehabilitación y glorificación no es la única solución histórica posible ni deseable, como lo piensan zurdamente los que se empeñan en descubrir algunos errores, faltas y hasta crímenes en el bando opuesto, creyendo con ello limpiarlo y exculparlo de los que él cometió por millares
La figura del tirano ha sido deformada por los historiadores panegiristas. Lo engrandecen, le prestan condiciones de estadista, lo presentan como un hombre de espíritu cultivado, político de vuelo, estudioso; llegan a acordarle hasta vena poética
Se han enamorado del sujeto, han sufrido la fascinación del asunto, lo han dramatizado, poetizado
Ramos Mejía nos ha dejado un estudio psicofisiológico de Rosas y su época que difícilmente será superado
El gran error de este autor y de los que intentan explicar al tirano presentándolo como un instintivo, es desconocer o ignorar que Rosas procedía de acuerdo con un ideario
Son varios los libros escritos con la intención, al parecer manifiesta, de levantar la personalidad de Rosas. Decimos al parecer, porque ello resulta de su lectura completa, no obstante la aparente imparcialidad que a ratos revelan sus autores. ¿De dónde deriva esta contradicción? Tal vez de estudio insuficiente, de falta de dominio del tema. También de ausencia de espíritu de crítico, de escasa preparación técnica
El juicio de revisión que se intenta terminará con una sentencia confirmatoria y no absolutoria de la tiranía.
Esta obra de Dellepiane fue transcripta, ordenada y anotada por su hijo Antonio Dellepiane Avellaneda en la edición de 1950, quien anotó:
En la época en que el autor escribía estos ensayos, estaban en su apogeo las dictaduras de Hitler y Mussolini en el Viejo Mundo.
El 7 de julio de 1934, en la sesión privada celebrada por la Junta de Historia y Numismática Americana, Dellepiane destacó el hallazgo de la carta auténtica de San Martín a Rosas:
La solidez y belleza de una obra arquitectónica, depende, ante todo, de la bondad de los materiales empleados en construirla; las de un trabajo histórico, de la excelencia de los elementos que se utilizan para componerlo. Si nos proponemos elevar el edificio de la historia argentina, nuestro primer empeño debe consistir en depurar las fuentes de que hemos de servirnos. Agrego que en mi carta aclaratoria de un homenaje, publicada hace poco en La Nación, al decir que la nota en la que el general San Martín ofrecía en 1838 sus servicios militares a Rosas, no se había publicado aún, había dejado entonces de agregar correctamente, porque si bien tenía casi la certeza, aunque no la evidencia de que esa carta había sido adulterada, no quise afirmarlo públicamente sin tener pruebas fehacientes. Esas pruebas, que abrigaba la esperanza de hacer aparecer, mediante mi publicación, las tengo ahora en mi poder
Poseo ya, no sólo la carta auténtica de San Martín a Rosas, sino el borrador original de la contestación a esa carta, escrito por un amanuense, corregido por el dictador y firmado con sus iniciales, como solía hacerlo en esos casos. Este episodio reclama un breve comentario, destinado a precaver a nuestros hombres de ciencia contra el grave peligro que los amenaza de beber sus informaciones en una fuente que, no obstante su frecuente utilización, dista mucho de ser tan pura como parece y necesita serlo. Mi distinguido antecesor en el Museo Histórico Nacional y benemérito fundador del instituto, D. Adolfo P. Carranza, no era precisamente un historiador o un técnico en investigaciones históricas, sino un fervoroso patriota, digno, por ello, del más alto respeto
Creyendo, erróneamente, que las faltas de ortografía cometidas por los personajes históricos los hacía desmerecer en el concepto público, empezaba por corregir esos errores en forma, con frecuencia, harto caprichosa
Tal ocurre, por ejemplo, con la carta mencionada de San Martín a Rosas, en que Carranza ha suprimido caprichosa e indebidamente el calificativo funesto, aplicado por San Martín al año de 1829 en que, desatada la guerra civil por el fusilamiento de Dorrego, el partido unitario cae vencido y el país es entregado por el incauto y noble general Lavalle a las manos de Rosas, que se enseñorea de él, para sumirlo en el sangriento despotismo con que inició ese año su primer gobierno.
Dellepiane también estudió a Rosas en su destierro y opinando sobre la relación de este último con Lord Palmerston, dijo:
Rendido y a la vez porfiado cortesano cuando le interesa y quiere serlo, Rosas intenta halagar el patriotismo de Palmerston entonando un himno en loor del suelo, el clima y el idioma de Gran Bretaña, los que, escribe, había tenido oportunidad de apreciar durante diez años de residencia. Recuerda que Palmerston le dijo una vez con intención que se barrunta: -aquí hay libertad. Sin darse por entendido de la indirecta, él contestó en el acto, asintiendo, -sí, Señor, como en ningún otro país
Y escamoteando enseguida ágilmente el tema agregó: -y también buen clima y buena salud si se sabe conocer y se guarda la higiene correspondiente. Cita con ese motivo su caso y el de su familia como el mejor ejemplo que a ese respecto pudiera darse.
Señaló Gálvez la opinión favorable de Dellepiane sobre su biografía de Hipólito Yrigoyen:
Muchos casos prueban cómo el concepto público acerca de Yrigoyen cambió por obra de mi libro. He ahí al doctor Antonio Dellepiane, hombre serio y veraz. Casado con una Avellaneda, tenía vinculaciones con los conservadores, con el régimen, destruido por obra de Yrigoyen. Pues bien: un día, en Mar del Plata, se encuentra con un conocido mío, miembro de FORJA, grupo nacionalista que actuaba dentro del radicalismo, y le confiesa: -Yo era hasta ayer enemigo de Yrigoyen, pero desde que leí el libro de Gálvez opino de otra manera.
Entre los principios teóricos y metodológicos que formuló, se debe destacar la importancia que asignaba a las fuentes como depositarias de los datos que manejaba el historiador y la curiosa tesis que enunciaba con relación a la función de éste frente a ellas. En su trabajo titulado
Nuevos rumbos de la crítica histórica, que leyó en oportunidad de ser incorporado como miembro de número de la Junta de Historia y Numismática Americana, en la sesión del cuerpo del 6 de septiembre de 1908, se proponía demostrar que el problema planteado al historiador era análogo al que escribe la instrucción y fallo de un proceso criminal.
De esta manera la crítica histórica presentaba grandes similitudes con las teorías de las pruebas judiciales, siendo ambas
casos particulares de una teoría filosófica más amplia: la teoría general de la prueba, para cuya constitución definitiva sería menester acudir no sólo a los principios y observaciones acumulados, sino también a los resultados adquiridos por la psicología experimental, que había comenzado ya a apoderarse de los hechos históricos para someterlos a contralor de la experimentación. La alusión a la intervención de la psicología en los procesos explicativos de la histeria, que era muy frecuente dentro de su producción, y la postura empírica que debía asumir el historiador colocan a Dellepiane, desde el punto de vista metodológico según María Cristina Pompert de Valenzuela-, muy cerca de los postulados del positivismo.
La importancia que asignaba a las fuentes como
pruebas de lo que se afirmaba se evidencia en las características de su producción. Dellepiane en el ejercicio de su profesión se especializó en temas de criminalística, falleció en Buenos Aires en 1939 y sus restos se encuentran en el cementerio de la Recoleta.
Se había casado el 25 de junio de 1903 con María Mercedes Avellaneda Nóbrega, hija del doctor Nicolás Avellaneda, presidente de la República Argentina y nieta del prócer Marcos Avellaneda. María Mercedes perteneciente a una familia de linaje establecida en el Río de la Plata desde la Conquista, nació el 23 de septiembre de 1873.
Ricardo Caillet-Bois caracterizó su personalidad y actuación calificándolo de
gran historiador y jurisconsulto distinguido
de carácter reposado, a quien su clara inteligencia, la mesura de sus juicios y su dedicación al estudio lo convirtieron en un escritor cuyas obras adquirieron bien pronto notoriedad dentro y fuera del país. Un establecimiento educativo de Capital Federal, en el barrio de Villa del Parque, lleva el nombre de este historiador y jurista:
Colegio nº 1, D.E. nº 17, Dr. Antonio Dellepiane.
Obras:
Las causas del delito (tesis doctoral, premio Florencio Varela, Facultad de Derecho), Buenos Aires, Imprenta de Pablo E. Coni, 1892.
Nuevos rumbos de la crítica histórica (conferencia de incorporación como miembro de número de la Junta de Historia y Numismática Americana, sesión del cuerpo del 6 de septiembre de 1908).
El idioma del delito, Buenos Aires, 1894.
Aprendizaje técnico del historiador americano, Imprenta Coni Hnos., Buenos Aires, 1905.
Cuestiones de enseñanza superior, Imprenta Coni Hnos., Buenos Aires, 1906.
Estudios de filosofía jurídica y social, Valerio Abeledo Editor, Buenos Aires, 1907.
La Universidad y la vida, Imprenta Coni Hnos., Buenos Aires, 1910.
Prólogo a
Gaceta de Buenos Aires 1810-1821, Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1910-1915, 6 volúmenes.
El doctorado y los seminarios de investigación, Imprenta Coni Hnos., Buenos Aires, 1912.
Filosofía del derecho procesal: ensayo de una teoría general de la prueba: lecciones dictadas en 1913, Federación Universitaria-Centro de Estudiantes de Derecho, Buenos Aires, 1913.
Los tres López: discursos pronunciados en la recepción del académico Doctor Antonio Dellepiane: julio 20 de 1914, Universidad de Buenos Aires, Academia de Filosofía y Letras, Buenos Aires, 1914 (en coautoría con Ernesto Quesada).
José María Ramos Mejía: 1852-1914, Imprenta Coni Hnos., Buenos Aires, 1914.
Informe pronunciado a nombre de la Comisión de Presupuesto de la Honorable Comisión Municipal, Alfredo Cantiello Editor, Buenos Aires, 1916.
El panamericanismo, en
Nosotros, Buenos Aires, 1916.
La Tarja de Potosí, Buenos Aires, Imprenta de Pablo E. Coni, Buenos Aires, 1917.
Nueva teoría general de la prueba, Abeledo, Buenos Aires, 1919.
Dos patricias ilustres. Una patricia de antaño, María Sánchez de Mendeville; La compañera de un estadista, Carmen Nóbrega de Avellaneda, Imprenta Coni Hnos., Buenos Aires, 1923.
Dorrego y el federalismo argentino, discurso pronunciado por el presidente de la Comisión Nacional en el acto de la inauguración del monumento el día 24 de julio de 1926, Editorial América Unida, Buenos Aires, 1926.
El Himno Nacional. Estudio histórico-crítico, Imp. M. Rodríguez Giles, Buenos Aires, 1927.
Estudios de historia y arte argentinos, El Ateneo, Buenos Aires, 1929.
Rosas en el destierro: El testamento de Rosas. Rosas y sus visitantes. Rosas y Palmerston, Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso, Buenos Aires, 1936.
La expresión en el arte: a propósito de un invento argentino, Oceana, Buenos Aires, 1937.
Arte e historia, Buenos Aires, 1940.
Rosas, Santiago Rueda Editor, Buenos Aires, 1950.
Prólogo a
Rosas y su tiempo, de José María Ramos Mejía, Editorial Jackson, Buenos Aires, 1953.
El testamento de Rosas: La hija del dictador; Algunos documentos significativos, Oberón, Buenos Aires, 1957.
Bibliografía:
DELLEPIANE, Antonio,
Rosas en el destierro: El testamento de Rosas. Rosas y sus visitantes. Rosas y Palmerston, Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso, Buenos Aires, 1936.
DELLEPIANE, Antonio,
Rosas, Santiago Rueda Editor, Buenos Aires, 1950.
GÁLVEZ, Manuel,
Recuerdos de la vida literaria. Amigos y maestros de mi juventud, Librería Hachette, Buenos Aires, 1961, I.
GÁLVEZ, Manuel,
Recuerdos de la vida literaria. En el mundo de los seres reales, Librería Hachette, Buenos Aires, 1961, IV.
POMPERT DE VALENZUELA, María Cristina de, Antonio Dellepiane, precursor de ideas historiográficas, en
Investigaciones y Ensayos n° 52, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Enero-Diciembre 2002.
Residencia del Dr. Antonio Dellepiane, Viamonte 1465, Bs. As. Petit hôtel proyectado por el arq. Alejandro Christophersen (demolido).